Yoldilandia. La revolución dividió la vida y la familia de la primera pintora rusa
Óleo en el corazón: la historia de Zinaída Serebriakova

Estamos deseando que Hollywood o alguien descubra la historia y el espléndido legado de la pintora rusa Zinaída Serebriakova. Perteneciente a una increíble familia de artistas e intelectuales, la Revolución Rusa le arrebató a su marido y le separó de sus hijos. El 19 de septiembre se cumplen cincuenta años de su muerte.
A veces la vida desdeña los límites, y atraviesa las barreras del tiempo para conquistar la inmortalidad. Sucede por ejemplo en los retratos infantiles, en los autorretratos o en los paisajes campestres de Zinaída Serebriakova, porque mirándolos, uno queda fascinado por la belleza, la ternura, la cercanía, la delicadeza o simplemente la vida, que quedaron atrapados en ellos. Como si el tiempo se hubiera detenido en cada una de sus pinceladas; como si la luz de su época siguiera iluminando a los personajes que nos miran desde sus lienzos.
Con sus hijos en 1914
Nacida Zinaída Yevguénievna Lanceray, en Neskuchnoye (provincia rusa de Kursk, cerca de la hoy ciudad ucraniana de Kharkiv), la joven pertenecía a la familia Benois-Lanceray, una increíble saga de artistas e intelectuales ruso-franceses, de la que se tiene referencias desde el siglo XVI hasta nuestros días. De hecho, el famoso director y actor Peter Ustinov fue también uno de sus descendientes.
La joven pertenecía a la familia Benois-Lanceray, una increíble saga de artistas e intelectuales ruso-franceses.
El padre de Zinaída, el prominente escultor Yevgeny Nikolayevich, pertenecía a la familia Lanceray, formada por destacados militares y artistas. Su madre Ekaterina Nikolaïevna Benois era descendiente de Louis Jules Benois, pastelero real de la corte de Luis XVI de Francia, que huyó a Rusia cuando estalló la revolución francesa. Al quedarse viuda muy joven, Ekaterina se marchó con sus hijos a vivir con su padre, el prestigioso arquitecto Nicholas Benois. Por ello, Zinaída y sus hermanos se criaron con su familia materna y con su tío, Alexandre Benois, quien ya por entonces era uno de los principales artistas de su época y que fue una influencia determinante para la artista.
“Verde otoño” (1908)
En aquel ambiente avanzado, artístico e intelectual de una familia rica y con prestigio; con el cariño y el amor de madre, abuelos, hermanos, tíos y primos, que eran escultores, pintores, arquitectos o diseñadores… Con visitas frecuentes de otros creadores, políticos y pensadores, creció la joven, que compaginaba sus estudios en San Petersburgo con sus estancias en la finca familiar de Neskuchnoye, en un bellísimo entorno de campos de labranza poblado por campesinos y gente sencilla, a los que ella siempre dedicó un amor especial.
Pocas adolescentes del mundo, por aquella época, podrían haber soñado con una vida mejor.
En lo que por entonces era un recóndito paraíso social, Zinaída fue educada siguiendo la estela de sus familiares: estudió en la escuela de arte que había fundado la princesa y filántropa Maria Klavdievna Tenisheva, en la que además enseñaban algunos de los mejores maestros del momento.
“Campesinas”, uno de los muchos cuadros que dedicó a la vida del campo
En los primeros años del siglo XX, la joven viajó a otros países de Europa, para continuar sus estudios y conocer las obras maestras del arte en los museos de París, Florencia o Roma. Pocas adolescentes del mundo, por aquella época, podrían haber soñado con una vida mejor. Pero desde pequeña, el corazón de Zinaída albergaba otra gran ilusión: la del amor de su guapo primo-hermano Boris Anatolevich Serebryakov, al que conocía desde la infancia, porque ambos habían compartido muchos momentos felices. Aquel romance precoz contó con obstáculos desde el principio porque, a pesar de pertenecer a la misma familia, los padres de ambos profesaban religiones distintas (ortodoxa y católica), y en ninguna de ambas se admitía fácilmente un vínculo familiar tan cercano como el que tenían los primos hermanos. La felicidad de la pareja se complicó también cuando Boris fue enviado a trabajar a Manchuria, donde le pilló el final de la guerra entre Rusia y Japón, y donde estuvo a punto de morir.
“Retrato de Boris”, su marido y el gran amor de su vida
Milagrosamente se salvó, y a su regreso, la pareja pudo por fin contraer matrimonio el 9 de septiembre de 1905. Desde el principio de su matrimonio Zinaída también fue una adelantada a su tiempo: mientras Boris ingresaba como ingeniero en los ferrocarriles rusos, ella continuaba su formación como artista y se codeaba con los círculos de la vanguardia rusa, en los que comenzaban a surgir movimientos intelectuales cada vez más ricos e interesantes. Muchas veces Zinaída asistía embarazada, porque entre los años 1906 y 1913 la pareja tuvo a sus cuatro hijos, Yevgeny, Alexander, Tatiana y Ekaterina.
Una revolución en la vida
Tanto personal, como profesionalmente, los años previos a la revolución fueron sin duda los más felices de Zinaída: su trabajo era progresivamente admirado en los círculos artísticos de su país; su marido era valorado y promocionado en su trabajo, y sus cuatro hijos crecían sanos y felices. Sus obras de esta época reflejan este momento dulce, sobre todo a través de los retratos de sus hijos. También de esta fase son sus cuadros campestres, con los lugareños de Neskuchnoye, que siempre fueron inspiración para ella. Uno de sus autorretratos de esta época, “En el tocador”, de 1909, con la joven madre y artista en su esplendor físico y vital, fue la obra que la dio a conocer en los círculos artísticos de aquel momento. Hoy nos sigue pareciendo un cuadro increíble que nos contagia la belleza, felicidad y plenitud de una mujer que lo tenía todo por entonces.
“En el tocador”, el retrato de juventud de Zinaída la hizo famosa en su época y sigue maravillándonos a día de hoy
Sin embargo, la vida apacible, artística y bella de Zinaída dio un vuelco radical a partir de octubre de 1917, con la Revolución Rusa. Entre ese año y 1919, la familia vivió un infierno. La hacienda de Neskuchnoye fue atacada, quemada y totalmente saqueada. Algunos miembros de la familia fallecieron, la mayoría tuvieron que huir de nuevo a Francia. Solo su hermano, el igualmente conocido pintor Yevgueni Lanseré, permaneció y vivió toda su vida en la Unión Soviética. Distinta suerte tuvo su marido, Boris, que fue apresado y posteriormente enfermó de tifus, muriendo en 1919, pocos días después de contraer la enfermedad.
Distinta suerte tuvo su marido, Boris, que fue apresado y posteriormente enfermó de tifus, muriendo en 1919.
La artista no pudo superar nunca la muerte de Boris, y jamás se volvió a enamorar. Tras el infierno de la guerra, quedó sola, con su madre enferma y sus cuatro hijos, sin prácticamente nadie que la pudiera ayudar. Como ella recordaría más tarde, la pintura, que había sido su pasión, se convirtió en algo mucho más racional: una forma de obtener el pan para sus hijos. Empobrecida, y con una economía precaria, Zinaída realizaba trabajos de dibujo y pintura por encargo para dar de comer a su familia. En 1919, diez años después del precioso autorretrato “En el tocador”, pinta a sus cuatro hijos, ya huérfanos en un lienzo titulado “Castillo de naipes”, que muestra una atmósfera mucho más triste y melancólica, a través de la cual parece expresar que su vida se había desmoronado como aquel castillo que los niños levantaban con las cartas.
“Castillo de naipes” (1919), con sus hijos ya huérfanos, refleja la caída de sus ilusiones
En 1920 Zinaída, su madre y sus cuatro pequeños se instalaron en San Petersburgo (ya convertida en Petrogrado), donde les quedaba un apartamento familiar que, no obstante, y según la ley, debían compartir con otros “camaradas”. Afortunadamente, pudieron tomar como compañeros a artistas del teatro con los que establecieron una relación familiar. Pronto, su hija Tatiana comenzó a estudiar ballet e interpretación, y a trabajar en el Teatro Mariinsky, donde ella acudía a acompañarla y pintar. Durante los años siguientes, Zinaída siguió pintando por encargo para mantener a su familia. Sin embargo, su aureola como pintora de vanguardia, como joven promesa del arte ruso, había quedado completamente fulminada. Ni la pintura elegante, ensoñadora, romántica, colorista… de Zinaída encajaba con los nuevos movimientos del arte soviéticos, futuristas, categóricos o industriales, ni las autoridades estaban por la labor de ceder espacio a una artista de raíces claramente aristócratas.
Zinaída no pudo ver a sus hijos durante 36 años, hasta 1960, cuando Tatiana pudo visitarla en París.
La pintora mantenía su relación epistolar con los familiares que habían salido del país -entre ellos, su famoso tío Alexandre Benois- y en 1924 recibió un encargo para trabajar en París. Viajó sola a Francia y con intención de volver a Rusia, donde habían quedado su madre y sus hijos. Sin embargo, no pudo regresar: las autoridades bloquearon burocráticamente su vuelta y le denegaron la ciudadanía rusa, al considerar que había salido a Francia huyendo de la revolución. Durante meses Zinaída luchó hasta que al menos pudo hacer que los más pequeños viajaran a París. Así, la familia quedó rota: Ekaterina y Alexander permanecieron con ella en París, mientras que su madre, con Yevgeny y Tatiana quedaron en Rusia. Estuvieron separados casi cuatro décadas: Zinaída no pudo ver a sus hijos durante 36 años, hasta 1960, cuando Tatiana pudo visitarla en París.
“En el vestuario del ballet” (Grandes bailarinas), 1922
Exilio en el corazón
Aunque llegó a París en la época de las vanguardias, la vida de Zinaída nunca volvió a ser la de antes. Con la mitad de su familia en Rusia, y una difícil realidad económica, su principal preocupación fue trabajar para salir adelante. Durante décadas se estuvo comunicando con sus hijos -sobre todo con Tatiana- por cartas en las que comentaba su nostalgia por la pérdida de Boris, y por estar alejada de ellos. Los primeros años fueron difíciles: vivían en un apartamento modesto, luchando para llegar a final de mes. Poco a poco recibió encargos para pintar, y también con el tiempo sus obras comenzaron a venderse. En los años 30 viajó a lugares como Marruecos para realizar pinturas de corte exótico que tenían gran éxito comercial y les ayudaban a sobrevivir cada vez con más dignidad, pero nunca con la gloria y la felicidad que conoció de joven. Volvieron a sufrir la Segunda Guerra Mundial en Europa: las comunicaciones con Rusia se cortaron durante esos años. Aun con la familia dividida, los hijos de Boris y Zinaída siguieron la estela de sus descendientes: Yevgeny fue un importante arquitecto y restaurador; Tatiana, una conocida actriz de teatro, ambos en la Unión Soviética. Ekaterina y Alexander triunfaron en la alta sociedad francesa como artistas y decoradores, compartiendo proyectos juntos, muchas veces también con su madre.
“Desayuno” (1913) muestra a sus hijos en esta escena tierna casera
Pasados los años, a finales de los 50, los esfuerzos de los hijos del artista, junto con algunos amigos del mundo de arte lograron que, finalmente, el gobierno soviético se replantease el caso de la artista ya mayor, y apenas conocida en su propio país. Gracias a ello, en 1965 se celebraron las primeras exposiciones individuales de Zinaída Serebriakova en Moscú, Leningrado y Kiev: fue la primera vez que se daba a conocer de forma popular su trabajo en su tierra, por ello, la artista, con 80 años, regresó para la inauguración de las muestras que tuvieron un grandioso éxito. Así se despidió Zinaída de su amada Rusia. Dos años después, el 19 de septiembre de 1967, hace ahora cincuenta años, fallecía en París, donde está enterrada, en el cementerio ruso de Sainte-Geneviève-des-Bois.
La artista, en su madurez
La figura y el trabajo de Zinaída son cada vez más conocidos, no sólo en Rusia y Ucrania, sino en todo el mundo; en internet abundan los escritos sobre su figura; su autorretrato en el tocador sigue asombrando al mundo por su belleza y frescura. Los cuadros de sus niños se repiten en miles de páginas como Instagram. El tiempo, que lo pone todo en su sitio, restaura cada día más el fantástico legado de Zinaída. En Gente Yold esperamos que Hollywood o alguien realice un buen biopic con su maravillosa, aunque triste historia, y que de esta forma, dé a conocer su legado en el mundo. Sus cuadros, sólo hay que mirarlos, siguen más vivos que nunca.
Más información:
https://www.wikiart.org/es/zinaida-serebriakova
http://www.bls-collection.com/exhibition?ida=45
Inés Almendros
Me encantó conocer a esta maravillosa mujer y artista, merece trascender para ser conocida su increíble vida y obra.
La pintura es hermosa. Una verdadera artista y muy productiva. Me hace acordar un poco a Laura Knight , la pintora inglesa (casi de la misma época) aunque sean distintas. Su historia es tristísima. Pienso en cuantas personas inocentes les fué truncada la vida por ese régimen totalitario que todavía persiste en algunas partes del mundo. Tremenda injusticia. Y una gran equivocación. El régimen la exiló de su país, destruyó su familia y a ella y se quedó además sin la riqueza de su arte en favor del arte sometido a una ideología. Por suerte pudo reencontrarse con sus hijos después de tantos años y recibir tarde, un reconocimiento en su país.
Emocionante relato de una vida truncada por una revolución que todo lo arrasa, el arte, el espíritu y la libertad.