Mundo Yold. Triunfadora en las letras, el sexo y los escenarios, Colette rompió moldes
Colette: la mujer que escandalizó a toda Francia
En Gente Yold queremos recordar, desde la admiración por el arrojo y valentía con los que vivió su vida libre de convencionalismos y por su talento como escritora, a Colette, pionera del género de la auto ficción y una de las mujeres que marcó con su personalidad y estilo de vida toda una época en Francia. Si no la conocías, su historia te va a fascinar.
Sidonie-Gabrielle Colette nació en un pequeño pueblo francés, Saint-Sauveur-en-Puisaye, en el año 1873. Parece que tuvo una infancia feliz, en el hogar familiar con su padre, mutilado de guerra y su madre, que había tenido otros hijos de un matrimonio anterior. Sidoney Landoy, que así se llamaba la madre, supuso siempre un apoyo importante, un ejemplo a la vez de transgresión y originalidad. Un detalle muy ilustrativo de su particular imaginación es que bautizaba las rosas de su jardín con nombres como ‘muslo de ninfa excitada’.
Con solo veinte añitos, Gabrielle se casa con Henri Gautiers-Villars, de 33, más conocido por Willy, un caradura que se aprovechó del talento literario de la casi adolescente para firmar con su nombre las novelas que Colette iba escribiendo. Willy la animaba a escribir sus recuerdos del colegio, y él les añadía unos cuantos toques eróticos. De esta forma, Colette escribe y escribe, una tras otra, las novelas de la archi famosa serie de Claudine, una colegiala curiosa y vivaz, con grandes deseos de explorar todos los lados de la vida.
Gabrielle se convierte en Colette
La serie fue un éxito inmediato en esos años de desinhibición que fueron la plena Belle Époque. En 1907 ya se habían vendido medio millón de sus Claudines y numerosas piezas del merchandising de la serie, en forma de tazas, carteles, cuadernos…
-“Rápido, pequeña, no nos queda un céntimo en casa”, le decía el calavera del marido, que incluso llegó a encerrarla cuando se negaba a seguir escribiendo. Su marido exhibía a sus amantes en público y, si bien, al principio a la joven Colette no le hacía mucha gracia el asunto, enseguida se subió al carro de la vida licenciosa y ella misma empezó a coleccionar amoríos y frecuentar burdeles y los fumaderos de opio que se habían puesto de moda en el París de la época.
Lejísimos han quedado el acento pueblerino y las larguísimas trenzas con las que Gabrielle llegó a París. Se ha transformando en Colette, y empieza a ser consciente de su singularidad.
Se corta el pelo y se deja una melena muy corta, completamente escandalosa en esos años, e incluso se atreve a ponerse pantalones para acudir a las fiestas en los salones más refinados e intelectuales de la ciudad. En los escenarios, bueno, pero en la vida real, los pantalones estaban terminantemente prohibidos a las mujeres. Otra transgresión más que nuestra escritora comete sin miedo.
Y ni corta ni perezosa continúa viviendo su vida libre. Se hace amante de una millonaria americana, y la comparte con Willy. La sociedad parisina vivía la moda de la promiscuidad, reinaba “una morbosa lujuria por lo exótico, anormal y diferente”. En las veladas más chic es habitual fumar opio, inyectarse morfina, consumir éter con pastelitos y té y participar en sesiones de espiritismo.
El vicio es el mal que hacemos sin placer, dijo.
A Colette no le gusta fumar, no bebe y no consume drogas, pero en la transgresión sexual sí participa con alegría. Se hace amante de la marquesa de Belbeuf, Mathilde de Morny, apodada Missy, que había tenido también intensas experiencias con las drogas y el travestismo. Las dos mujeres escandalizan por su vida al margen, y sus actuaciones en el music hall (una mujer en un escenario era considerada prostituta sin más paliativos). Por ejemplo, en El sueño de Egipto, escenificada en enero de 1907 en el mítico Moulin Rouge, Colette hace de momia que se va quitando venda tras venda mientras baila y es contemplada por Missy, en el papel de arqueólogo. El número termina con un beso entre ellas, pleno éxtasis de la indecencia para el espectador medio que, sin embargo, desea que le escandalicen.
En esta época se divorcia de Willy y consigue por fin que su nombre figure como autora de la última novela de la serie: El refugio de Claudine. No fue débil la lucha que sostuvo por recuperar los derechos de sus primeros trabajos como escritora fantasma. En Gente Yold publicamos un artículo sobre las ocho escritoras que tuvieron que publicar sus obras con un seudónimo masculino: https://genteyold.com/ocho-escritoras-con-seudonimo-masculino-para-poder-publicar/
Como los gatos a los que adoraba, Colette tuvo muchas vidas
Y se dejó influir por los aspectos que más le interesaron de los que la rodeaban y amaron. Por ejemplo, de su madre le influyó su ateísmo y rebeldía; Willy le enseñó el placer de la provocación, mientras que Missy le dio amor y seguridad.
En 1912 se casó con el redactor jefe de un importante diario, Le Matin. Henry de Jouvenel fue también el padre de su única hija, llamada Colette. Jouvenel llegó a ministro, una verdadera proeza para el marido de una mujer que daba escándalos asiduamente. Con él, Colette experimentó otras facetas profesionales e hizo trabajos como periodista y crítica de teatro. Y, por supuesto, siguió con sus escándalos. Uno muy sonado fue el tomar como amante al hijastro de su marido, Bertrand, de 17 años. Ella tenía 40.
El amor fue el pan de mi vida y de mi pluma.
En 1935 se casó con Maurice Goudeket, que la cuidó hasta el final de su vida. “Es un santo”, dijo ella, muy dolorida por una artritis de cadera que padeció en sus últimos años.
En su vejez, fue una mujer realmente famosa, tanto por sus novelas como por su vida transgresora y sus múltiples facetas profesionales, que amplió abriendo un salón de belleza, al que acudían las clientas más para conocerla, que para ser maquilladas por la escritora, que al parecer no mostraba mucha destreza.
Por esa época, se convirtió en toda una institución. Vivía en un apartamento del Palais Royal, en pleno centro histórico y exquisito de París, rodeada de sus gatos y de su famosa colección de pisapapeles de Murano.
Nuestros compañeros perfectos nunca tienen menos de cuatro patas.
En 1945 ingresó en la prestigiosa Academia Gouncourt, convirtiéndose en la primera mujer miembro y también, poco después, en su primera presidenta. Para ella fue una gran satisfacción ser reconocida y vivir sus últimos años entre la gloria y la admiración de toda Francia. Hasta el punto, que el gobierno galo, a su muerte en 1954, a los 81 años, la homenajeó con todo un funeral de Estado, también el primero que se dedicaba a una mujer. Patético quedaba el desprecio que la Iglesia católica le infringió al negarle las exequias. Como colofón a su gloria, fue condecorada con la Legión de Honor, un increíble ascenso para la jovencita pueblerina que llegó a París con sus largas trenzas.
La primera mujer que escribió sobre sus deseos
Colette negaba ser feminista. Por entonces, la palabra estaba impregnada de mil connotaciones negativas y despreciables. La escritora la relacionaba con el sufragismo puritano de principios del siglo XX y en absoluto se sentía próxima a sus postulados; al mismo tiempo, su carácter individualista la alejaba de cualquier adscripción ideológica. Sin embargo, se puede afirmar rotundamente que sí fue una mujer feminista en sus acciones y opiniones. Vivió como quiso y plenamente empoderada. En esta línea se enmarca el biopic protagonizado por Keira Knightley, Colette (2018, Wash Westmoreland).
Fue la descubridora de Audrey Hepburn
En Francia hay un sector de la crítica que niega valor literario a su obra. En su última época, fue particularmente criticado su relato, Gigi, que también fue llevado con éxito a los escenarios, donde se dio a conocer Audrey Hepburn. Poco tiempo después, en 1958, Audrey interpretó Gigi en la versión cinematográfica de Vicente Minnelli.
A diferencia de otras muchas mujeres rebeldes, nuestra escritora vivió a gala sus transgresiones y no se sintió castigada por la sociedad. Simplemente, hizo lo que le dio la gana y recibió los máximos honores como recompensa. ¡Olé, olé y olé, Colette!
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