Mundo Yold. Hoy, en el 40 aniversario de su muerte, recordamos cuánto te queremos, Julio

El último año del Cronopio Julio Cortázar

 

 

Redacción Yold
11 febrero, 2024

El 12 de febrero de 1984 fallecía en un hospital parisino el enorme escritor y mejor ser humano que fue Julio Cortázar. Sin embargo, el Troesma, como le llamamos muchos bailando las sílabas de “maestro”, en una pirueta lingüística muy cortazariana, sigue vivo, porque los cronopios como él no mueren, solo se reflejan en otro espejo o cruzan la calle para tirar piedritas desde el otro lado.

Gente Yold no podía olvidar dedicar unas palabras al escritorazo que fue Julio. Su dimensión humana y literaria traspasó las fronteras usuales; Cortázar supo llegar directo al corazón de tantos, muchos de ellos jóvenes de todas las nacionalidades; por eso, llamarlo escritor es reducirlo, encerrarlo en una cajita enana y ridícula. Ese salirse del marco sólo lo logran los grandes y Julio, con sus casi dos metros de estatura, su tierno sentido del humor, su capacidad para el juego, su conciencia política y la profundidad de pensamiento, lo tuvo fácil desde sus inicios.

La belleza exterior e interior de Julio asomada a sus ojos

Pero hoy queremos recordar sobre todo cómo fueron los últimos meses de vida, que sí, fueron tristes, pero también plenos del amor de sus amigos y sus incondicionales lectores.

La muerte de la Osita
El año 1984 Julio lo había empezado realmente mal. En noviembre del 83 había muerto Carol Dunlop, la compañera de los últimos diez años de su vida; fotógrafa, artista, colaboradora de parte de la obra de Julio, la relación que los unía era amorosa y profunda, por eso su desaparición fue un espadazo del que nuestro cronopio no pudo recuperarse nunca. La Osita, como la llamaba Julio, fue su gran amor y, por ser más joven que él y ser muy dura la enfermedad que se la llevó, su pérdida seguramente agravó la ya maltrecha salud del escritor, que se veía sin muchas fuerzas para continuar solo.

Julio y Carol, cuando los dos estaban sanos y vivían su amor alegre y profundo

-“Estaba hecho polvo“, dice Carles Álvarez, investigador español que estudia sus textos inéditos. “La muerte de su último gran amor se suma al hecho de que ya está muy enfermo. En sus últimos meses es un tipo que estaba derrotado“.

Dos semanas después de la muerte de Carol, Julio escribe: “Ahora es el hueco, es un París zombie, no puedo escribir ni vivir mientras veo cómo nacen estas palabras y corre la tarde.

Al gran amigo que fue toda la vida el escultor Julio Silva, le escribe dos días después de la navidad de 1982, y le confiesa que la cena en su casa lo hizo sentir «por una vez mucho menos solo». Porque, desde luego, solo no estaba, no lo estuvo nunca y Julio lo sabía. Mil amigos lo cuidaron y lo amaron hasta su muerte.

Y entre ellos, Aurora Bernárdez, siempre Aurora, la que fue su primera esposa. También escritora, traductora y albacea literaria de la obra de Julio, se trasladó a su apartamento parisino en enero del 84, para cuidarle, hacerle sopas y darle mimos. Según recuerda el propio escritor, las sopas de Aurora le ayudaron a recuperar cinco de los diez kilos que había ido perdiendo.

Aurora Bernárdez, la cronopia incondicional

-“¿Sabían que (Aurora) vive  en mi casa? Me encontró tan enfermo y flaco hace tres meses, que renunció a irse a Deyá y se vino a hacerme la sopa, gracias a lo cual gané cinco de los diez kilos que había perdido”, le cuenta en una carta a su amiga Claribel Alegría el 19 de diciembre de 1983.

Desgraciadamente, las sopas no pudieron con la leucemia que ya le galopaba rauda por las venas, y que finalmente se lo llevó una helada mañana del febrero parisino.

Julio fue enterrado en el Cementerio de Montparnasse, junto a Carol, como no podía ser de otra forma. Así lo había deseado el escritor, que había pedido a sus amigos artistas, Luis Tomasello y Julio Silva, que diseñaran la lápida.

Cortázar, siempre atento al detalle estético esencial, había dado instrucciones concretas sobre la ejecución de su tumba. La lápida fue diseñada por Tomasello y la completa una escultura de Silva, otro cronopio, esos seres que son «un dibujo fuera del margen, un poema sin rimas», en palabras de Cortázar. En la pieza se superpone una serie de círculos de piedras grises que figuran ser una especie de gusano, rematado por una carita blanca.

Y como todo lo que rodea a Julio es siempre un juego y parece una broma entre tierna y gamberra, también la visita a la tumba se convierte en una aventura. 3a división, 2a sección, 17 oeste es el extraño juego que propone el cementerio para llegar hasta ella.

La originalidad y el sentido artístico de los admiradores de su obra se visualiza perfectamente en los objetos que suelen adornar la lápida: piedrecitas como las que se arrojan en las rayuelas, cigarrillos, flores amarillas, papelitos con mensajes… La visita a la tumba es a la vez tierna y divertida, como lo era el mismo Julio.

Muchos años después, en 2014, las cenizas de Aurora Bernárdez también acompañaron la tumba Dunlop-Cortázar. El trío de amigos incondicionales sigue allí, en compañía, para la eternidad.

Insólita imagen de Julio con una pareja de la Guardia Civil, tomada durante una excursión con amigos en un pueblo castellano

Los últimos viajes del Gran Cronopio
Pero antes de morir, Julio sabía que aún tenía cosas importantes que hacer.

La primera, volver a Argentina, despedirse de su madre y de su gente del lado de allá. Y así fue cómo en diciembre de 1983 viajó a Buenos Aires, donde paseando por sus calles pudo comprobar con sorpresa cómo se le recordaba, cuántos lectores vivían sus novelas y cuentos con la intensidad que solo dan las lecturas genuinamente transformadoras. De esos días bonaerenses queda el recuerdo de unas preciosas fotos, de las últimas que se tomaron del Gran Julio, realizadas por Dani Yako.

En las calles bonaerenses, fumando, como casi siempre (foto de Dani Yako)

-“Después de hacer las fotos en la calle (propuesta que al inicio no convencía tanto al escritor), Cortázar les contó que había viajado a despedirse de su madre. Salimos de la entrevista con esa idea, pero el tema es que él estaba muy enfermo y sabía que le quedaba poco de vida. Murió el 12 de febrero de 1984, apenas dos meses después. Con Martín (compañero en la entrevista) tratamos de reconstruir por qué no nos habíamos dado cuenta de que estaba enfermo. Él seguía fumando y luego en las fotos, posteriormente, vimos que tenía las manos muy flacas, pero en ese momento no nos dimos cuenta”, ha contado el fotógrafo.

Yako tuvo que insistirle mucho para hacer las fotos en la calle: “Él no quería; hacía mucho calor y no tenía ganas. Le dije que no servía de nada un retrato suyo en un interior y lo convencí para que diéramos una vuelta manzana. Fue muy raro porque no sé si él tenía idea de que la gente se acordaba tanto de él. Se acercaban a saludarlo y conversaban; una mujer se acercó con su bebé y le pidió que le diera un beso. Él estaba muy sorprendido, creía que tantos años de dictadura y de censura habían hecho que la gente se olvidara de él. Estaba muy conmovido y cuando volvimos nos dijo que había venido a despedirse de su madre”.

Más alto y más delgado que nunca en su último viaje a Buenos Aires (foto de Dani Yako)

En esa Buenos Aires de “naciente democracia”, se celebró un homenaje de los escritores a su colega emigrado a Francia. El Centro Cultural San Martín reunió a más de setecientas personas; allí Julio pudo disfrutar del cariño y admiración de sus hermanos de profesión y de tantos “hijos” de sus letras.

Antes de dejar la Argentina, la versión más política del cronopio tenía la intención de hacer una larga entrevista a Raúl Alfonsín, recién asumido presidente tras los terribles años de la dictadura militar. La entrevista no se pudo realizar -alguien puso la zancadilla-, pero igualmente Cortázar se alegró de la visita a su lugar de origen, porque ya intuía que sería la última, y se preparó para un nuevo viaje a otro país amado, Nicaragua, Nicaragua tan violentamente dulce.

 

En enero de 1984 está en el país centroamericano dispuesto a otro de los homenajes que, afortunadamente, pudo recibir en vida. En el teatro Rubén Darío, con la Revolución Sandinista irradiando su fuerza desde 1972, leyó algunos de sus cuentos ante una audiencia temblorosa de emoción.

Estoy muy harto de mi cuerpo
-“Estoy muy harto de mi cuerpo. La verdad es que estoy bastante desesperado“, le escribe a su amigo y editor Mario Muchnik en enero de 1984, a su vuelta a París. La enfermedad le está dejando demasiado débil, dolorido por dentro y por fuera.

El 2 de febrero ingresa en el hospital de Saint Lazare. Está con él Aurora, siempre Aurora. A los diez días deja su cuerpo; fallecer no fallece porque sigue vivo en las páginas y los corazones de sus lectores y amigos de todo el mundo. Había empezado hacía poco un proyecto, Las mujeres, del que había escrito apenas tres líneas.

Tenía 69 años, la apariencia física de un hombre mucho más joven y la mirada pícara y viva de un niño/gato.

¡Te queremos tanto, Julio!

Comentarios

  1. Graciela dice:

    Precioso artículo, como él se lo merece. Sólo una pequeña observación: esas no son “calles bonaerenses”, sino “porteñas”.
    Muchas gracias.

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