La foto del cole

Seguro que tú también guardas aquella foto del cole, vestido de tiros largos y con la cara de no haber roto nunca un plato. Pero al mirarla, puede que surjan otros recuerdos no tan dulces de nuestro periplo escolar.

No sé cuál era la razón por la que nos hacían aquella foto en el colegio, en la que solían colocarnos arregladitos como para ir de boda, delante de un pupitre con un libro abierto encima y con un mapa de España detrás, a modo de patriótico decorado. Pero el caso es que conozco a poca gente de nuestra generación a la que no retratasen de aquella guisa.

A la sesión fotográfica había que ir de punta en blanco: a los chicos nos ponían un corbatín y las chicas un lazo en el pelo; y por descontado, muy bien peinaditos y aseados, que aquello no era cuestión de broma.

El resultado de la foto no se correspondía con la realidad. Si miramos la dichosa fotito nos veremos en ella con cara de chico estudioso o de repipi sabionda, cuando en la mayoría de los casos éramos lo contrario. Al menos el retrato sirvió para que, -mientras crecíamos, y nuestras madres lo mantuvieron colgado en el salón- creyeran que llegaríamos a ser una eminencia, por las maneras que entonces apuntábamos.

Pero detrás de aquella sonrisa de foto de colegio, también había más de una lágrima: los yold más viejunos, que procedemos de provincia y que aún tuvimos Cartilla de Escolaridad, con sus sellos tan bonitos y rimbombantes, cuando el ministerio aún se llamaba de Educación Nacional y no de Educación y Ciencia, aún recordamos los tirones de orejas, el palmetazo en las manos haciendo el huevo -así dolía más, porque te daba de lleno con las uñas; con la mano abierta lo aguantaba cualquiera que hiciera alguna tarea agrícola- y la letra con sangre entra. Ahora, después de tantos años, observo la candidez de la foto y me acuerdo de esto.

Los castigos con las chicas eran un poco más considerados: como detalle, se usaba menos la palmeta; aunque no se sabe qué era peor, si diez palmetazos en la mano o estar de rodillas con los brazos en cruz durante veinte minutos y soportando tres libros en cada mano. Este era el castigo preferido para ellas. Si los brazos se vencían por el dolor y el cansancio, o no soportabas el dolor en las rodillas… ¡A volver a empezar! El delito no tenía por qué ser muy grave, podía ser simplemente hablar con las compañeras o levantarte de la silla.

Ya en aquellos años algunos padres quitaban tiempo de juego a los niños con clases de permanencia, o con algunas lecciones particulares para reforzar las matemáticas. Aunque el robo de tiempo no llegaba, ni por asomo, a lo de ahora, pues nosotros no tuvimos ni inglés, ni yudo, ni ballet, ni piano, ni natación. Ni, por supuesto, los padres de entonces soñaban con que su pequeño llegara a galáctico del Real Madrid y les obligase a entrenar dos horas cada tarde.

Antes de dejar de mirar aquella, mi foto del colegio, no quiero dejar de mencionar una de las cosas buenas de aquel sistema educativo: las becas del Principio de Igualdad de Oportunidades (PIO). Gracias a aquellas ayudas económicas, muchos hijos de familias humildes pudieron estudiar pagándose un internado, ya que apenas había transporte escolar ni institutos en los pueblos.

¿Compartes tus recuerdos y hasta tu foto del cole con nosotros?
Alonso C. Caballero.

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