Cine Yold. En el aniversario de su fallecimiento, queremos recordar al gran actor
Gregory Peck: un santo dentro y fuera de la pantalla
El 12 de junio de 2003, falleció el gran actor estadounidense. Con talento apto para la comedia y el drama, una belleza clásica de hombre alto y un sentido de la justicia y el compromiso social particularmente marcado. Hoy queremos volver a despedirnos del inolvidable Atticus Finch, el maravilloso personaje de Matar a un ruiseñor, icono de la defensa de los derechos civiles y la lucha contra el racismo.
Nunca dio un escándalo; comprometido con todas las causas humanitarias que llegaban a sus oídos, se rumorea que le ofrecieron ser presidente de los Estados Unidos.
El magnate de la FOX, Darryl Zanuck, pensaba que Peck tenía “cara bíblica”, y lo creía tan firmemente que le ofreció el papel protagonista de su filme David y Betsabé (Henry King, 1951). No se equivocó mucho porque, al poco tiempo, el intérprete fue apodado ‘father Greg’ (‘padre Greg’) por su don para parecer un santo en la gran pantalla. Precisamente, el personaje que le convirtió en una estrella fue el de abnegado sacerdote en la humilde cinta Las llaves del reino (John M. Stahl, 1944). Por esta interpretación obtuvo la primera de sus nominaciones al premio Oscar, a la edad de veintiocho años.
En David y Betsabé
Normalmente, la biografía de las estrellas clásicas se escribe a través de sus escándalos, la de Gregory Peck se redactó siguiendo sus buenas obras. Prácticamente no existió una causa civil progresista que no contara con su apoyo incondicional, por poner un ejemplo: siendo presidente de la Academia de Hollywood tomó la decisión de retrasar la gala de los Oscar para mostrar su repulsa al asesinato de Martin Luther King y su total compromiso con la comunidad negra; defendió sin descanso la retirada de los Estados Unidos del salvaje conflicto de Vietnam; y cuando la compañía Chrysler cayó en una grave crisis en 1980 poniendo en peligro 600.000 empleos, él se ofreció a convertirse en su promotor comercial, sin cobrar ni un dólar. Se manifestó personalmente en Filadelfia tras la masacre en la prestigiosa Universidad Columbine, para exigir un mayor control de las armas de fuego en 1997.
La asociación GLAAD (Asociación de Gays y Lesbianas contra la Difamación) le escogió para presentar su premio anual y sobre el escenario Peck exclamó: “Me resulta realmente estúpido tener que luchar por algo que es tan simple y correcto”.
No sabemos si se puede ser más guapo…
También fue una de las estrellas que impulsaron las galas contra el SIDA cuando la enfermedad se convirtió en epidemia. En definitiva, su prestigio era tan notorio que el Partido Demócrata le insistió en que se convirtiera en su candidato en las elecciones de California para frenar a Reagan. Rechazó la oferta, aunque el plató de la Casa Blanca estaba hecho a su medida; tal vez, ésta fue la razón por la que Nixon escribiera su nombre con mayúsculas en su lista de enemigos.
Con este brillante historial puedo afirmar que lo único no tan santo que hizo en su vida fue anunciar cigarrillos Chesterfield. Este tabaco y la popular cerveza Guinness fueron sus únicos vicios.
Dicho esto, la etiqueta de santurrón no afectó al actor, de hecho aseguró: “Dicen que los personajes malvados son más interesantes para interpretar, pero para mí interpretar a buenas personas supone un desafío mayor, porque es más duro hacerlos interesantes”. Seguramente, fue la causa de que su interpretación favorita fuese la de Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962). Solo él era capaz de poner cara y cuerpo a un personaje tan emblemático como el del abogado Atticus Finch, el personaje que le permitió ganar su único Oscar a la quinta nominación, como Leonardo di Caprio.
Hasta su madurez conservó su activismo y compromiso por la justicia y los derechos civiles
Pocos días antes de su fallecimiento, en el año 2003, el American Film Institute seleccionó un ranking con los cincuenta mejores héroes de la historia del cine. Su Atticus Finch lideró la lista dejando atrás personajes tan populares como James Bond o Indiana Jones.
Su herida
Como todos los héroes realmente interesantes, Gregory Peck también sufrió una profunda herida. El divorcio de sus padres hizo que el futuro actor se criase con su abuela, una auténtica adicta al cine. Cada semana, la buena mujer llevaba a su nieto a ver películas mudas que dejaron una profunda huella en su alto y espigado nieto.
En 1939, con 1,90 de estatura y 160 dólares en el bolsillo, decidió abandonar California con la firme intención de ganarse la vida como actor en Nueva York. Puro sueño americano. Su idea era triunfar en los escenarios de Broadway sin saber que su destino estaba marcado en otra dirección: Hollywood.
Recuerda
Sin embargo, lo que le esperaba sobre las tablas fue su primera esposa: la dulce y afable Greta Kukkonen, con la que se casó cuando le ofrecieron su primer contrato con la RKO. Junto a ella despegó su carrera en filmes como Recuerda (Alfred Hitchcock, 1945) o Duelo al sol (King Vidor, 1946). Fue Gary Cooper el que se encargó de introducir al matrimonio en la vida social de Hollywood. Se habían mudado a una mansión de Pacific Palisades con piscina, pista de tenis y casa para invitados en el jardín.
Los tres hijos de la pareja ocupaban la vida de Greta mientras Peck rodaba sin parar. Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa se convirtió en un plató más para los estudios, y él pasaba casi medio año trabajando entre Francia e Italia.
Con su segunda mujer, la compañera de toda su vida, Veronique Passani
Fue, precisamente, durante el rodaje de Vacaciones en Roma cuando el actor se enamoró de Veronique Passani, una periodista de France Soir, de elegante belleza y dieciséis años menor que él. Tras una entrevista, el actor decidió llamar al diario galo para pedirle una cita. Ella se hizo la remolona, pero terminó aceptando. “Esa tarde yo debía entrevistar al Nobel Albert Schweitzer, en el apartamento de Jean Paul Sartre”, le confesaría años más tarde. “Bueno, tomaste la decisión correcta, cariño”, respondió él.
Vacaciones en Roma
Gregory Peck y Greta, su primera esposa, se separaron a mediados de 1955 y esa Nochevieja, él y Veronique ya eran marido y mujer. El actor fue también capaz de algo que puede parecer imposible: divorciarse bien pues su primera esposa no le guardó rencor. “No culpo a nadie; simplemente empezamos a tomar caminos separados”, declararía años después al diario Finn Times.
Con su hijo Jonathan
Aún le quedaba por superar un golpe devastador: el suicidio de su primogénito, Jonathan Peck. En 1975 y sin motivo aparente, se disparó en la cabeza. Peck jamás comprendió el motivo que le impulsó a hacer algo así; no tenía problemas con el alcohol ni las drogas. Había hecho labores humanitarias en Tanzania y trabajaba en una emisora de radio.
Con su primera mujer, Greta
Malos pensamientos se apoderaron de su mente. El actor se obsesionó con la culpa de ese accidente y manifestó: “fue una maldición surgida por haber formado parte de la terrorífica La profecía (Richard Donner)”. Durante dos años, Peck fue incapaz de actuar. Veronique, “su alma gemela”, fue su gran apoyo durante esos terribles momentos. Ambos permanecerían juntos hasta la muerte del actor. Su funeral, celebrado en Los Ángeles, fue el acontecimiento del año. Michael Jackson, buen amigo suyo con el que solía cabalgar por Neverland, la misteriosa finca del cantante, llegó veinte minutos tarde y ataviado con una llamativa chaqueta roja, diseñada por Moneo, montando un escándalo en el interior de la Catedral de Los Ángeles. Al acto asistieron para honrarle Harrison Ford, Angelica Huston, Harry Belafonte y una elegante Lauren Bacall, su pareja en la deliciosa película Mi desconfiada esposa (Vincente Minnelli, 1957).
Mi desconfiada esposa
Más allá de la eterna viuda de Bogart, por los brazos de Peck pasaron las mujeres más bellas de Hollywood: Ingrid Bergman, Sophia Loren o Jennifer Jones… Y eso que él siempre repetía: “todos los guiones que me llegan tienen las huellas de Cary Grant”.
Con Ava Gardner
Sus compañeras favoritas fueron Audrey Hepburn, íntimos desde sus paseos por Roma en vespa y Ava Gardner, con la que rodó tres películas: La hora final (1959), El gran pecador (1949) y Las nieves del Kilimanjaro (1952). Cuando la conocida como el animal más bello del mundo falleció, Peck acogió a su perrito y a su ama de llaves.
Íntimo amigo de Audrey Hepburn desde el rodaje de Vacaciones en Roma
Tuvo la oportunidad de haber trabajado con Marilyn Monroe en Cómo casarse con un millonario (Jean Negulesco, 1953) pero rechazó el papel. Explicó que el motivo era: “no me apetece trabajar con alguien a quien los estudios miman como a una princesita. Es muy sencillo decir que Hollywood la exprimió y eso acabó con sus nervios, pero yo apuesto a que se hubiera roto en pedazos, incluso antes, sin toda la adulación y el cuidado que recibió de los directores y productores de los grandes estudios”.
Con Sophia Loren en Arabesque
Lo que poca gente sabe son los riesgos laborales que sufrió al manifestarse contra la implacable Caza de Brujas del senador McCarthy, o la tragedia que vivió con la inesperada muerte de su hijo mayor. Sin embargo, estos duros contratiempos engrandecen la trayectoria de un intérprete que la humanidad recuerda como “una buena persona”, aunque esa definición la firma otra leyenda del cine: la bellísima Lauren Bacall.
Puede que el padre Gregg no fuera tan misericordioso como asegura su leyenda, pero qué más da. Para el único santo que puso los pies en Hollywood, yo prefiero la leyenda.
Ángel Domingo Pérez
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