Mundo Yold. El Museo Thyssen estrena una exposición sobre el realismo íntimo de la magnífica pintora
La presencia de lo ausente: descubriendo la pintura de Isabel Quintanilla
A Isabel Quintanilla no le gustaba introducir seres humanos en sus preciosas escenas realistas de habitaciones, bodegones o máquinas de coser. Sin embargo, sus cuadros conservan el calor de lo vivido, el paso de quien -presentimos- estaba cerca, la poesía de una ausencia querida y siempre, de algún modo, presente. Ahora, la gran exposición monográfica organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza nos da la oportunidad de conocer mejor su trabajo.
Las tecnologías audiovisuales son cada vez más avanzadas, la inteligencia artificial nos ofrece imágenes de una perfección jamás soñada. Pero ninguna de estas técnicas de nuestros días puede todavía sustituir a la magia única e inimitable del arte y el espíritu. Esto se entiende bien mirando los cuadros de Isabel Quintanilla, una de las más importantes pintoras realistas españolas, fallecida en 2017 después de una larga y fructífera vida en la que pudo dedicarse a su carrera como pintora; algo que no era habitual en aquellos años para las mujeres de la época, y que ella consideraba como una suerte, una especie de privilegio, por mucho que fuera más que sobradamente profesional y merecedora para ello.
La obra de esta pintora madrileña ha ido creciendo en fama y admiración, como suele pasar con el auténtico arte, y ahora la muestra monográfica organizada por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza le da un espaldarazo definitivo y ayuda a que su conocimiento se extienda entre el público generalista.
La muestra monográfica organizada por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza le da un espaldarazo definitivo.
La puerta, 1974 (The Door). Óleo sobre lienzo, 56 × 40 cm. Colección privada
Quintanilla estuvo casada con el escultor Francisco López Hernández, y pertenece al grupo conocido como los Realistas Madrileños del que también forman parte Antonio López, Amalia Avia, Esperanza Parada, María Moreno, Francisco López Hernández (escultor que fuera también su marido) y el hermano de este, Julio López.
Ventana, 1986 (Window). Óleo sobre lienzo pegado a tabla, 60. × 80 cm. Colección privada
La infancia de Isabel atravesó la profunda y lacerante sombra de haber perdido a su padre, el ingeniero José Antonio Quintanilla, quien se mantuvo fiel al Gobierno de la República durante la Guerra Civil y fue por ello represaliado tras la misma, y enviado a la prisión de Valnoceda, en Burgos, donde fallecería en 1941, enfermado por las durísimas condiciones del lugar, cuando la pequeña apenas tenía tres años.
La pintora pertenece al grupo conocido como los Realistas Madrileños del que también forman parte Antonio López, Amalia Avia, María Moreno…
Besugo, s.f. (Sea Bream). Acuarela sobre papel, 43 x 56 cm. Colección Pedro Almodóvar
Aquella ausencia, la de su padre, tal vez dejó una huella imborrable en su forma de percibir el mundo que luego se plasmaría también en su trabajo, porque en los lienzos de Quintanilla no hay personas, no se ve físicamente a nadie, pero la presencia cálida de lo humano se hace notar permanentemente en ellos.
En sus obras, las ausencias siempre evocan a queridas presencias.
Son cuadros donde las ausencias siempre evocan a queridas presencias, algo así como la figura de un padre que nunca estuvo presente en la escena, pero cuyo recuerdo y esencia lo impregnaron siempre todo.
Homenaje a mi madre, 1971 (Tribute to my Mother). Óleo sobre tabla, 74 × 100 cm. Pinakothek der Moderne, Múnich
Escenas con alma
Tras el fallecimiento del padre tuvo que ser la madre de Isabel, María Ascensión, quien sacara a la familia adelante trabajando como costurera con aquella máquina de coser Agfa que con los años sería retratada por su hija en una de sus mejores obras, “Homenaje a mi madre“. Muchas puntadas debió de dar la modista para que sus hijos pudieran llegar a estudiar y formarse, -como seguramente era su mayor deseo y el del padre muerto- en aquella lúgubre postguerra, que lo era aún más para los perdedores y para las mujeres que intentaban salir adelante solas.
Jardín, 1966 (Garden). Óleo sobre tabla, 122 × 217 cm. Colección privada
Isabel cursó el bachillerato en el Instituto Beatriz Galindo de la capital, pero ya desde muy joven mostró su absoluto talento para la pintura, así es que, además, su madre -a costa, imaginamos, de coser lo impensable- le pagó clases pintura particulares en prestigiosos estudios de la capital y en la Escuela de Artes y Oficios, donde llegó a obtener un galardón extraordinario. Con su excelente preparación Isabel accedió a la Facultad de Bellas Artes donde conocería al grupo de los artistas que formarían la base del realismo madrileño y, entre otros, al que sería su marido, el escultor Francisco López Hernández.
La mesa azul, 1993 (The Blue Table). Óleo sobre lienzo, 83 × 75 cm. Colección privada
Finalizada la carrera y ya casados, el matrimonio se trasladó a Italia donde Francisco gozaba ya de clientela y buena reputación, llegando incluso a recibir el Gran Premio de Arte en Roma. Desde la capital italiana la joven pareja pudo viajar y ampliar su círculo de amistades y relaciones en el mundo de la cultura.
Nocturno, 1988-1989 (Nocturne). Óleo sobre lienzo, 100 × 90 cm. Kunststiftung Christa und Nikolaus Schües
De regreso a España, en 1965, después del nacimiento de su primer hijo, Isabel decidió retomar la docencia en el colegio Nuestra Señora Santa María para contribuir al sustento familiar. Pero su trabajo como profesora dio cada vez más espacio a su labor como artista. Su primera muestra individual se celebró en la Galería Edurne en 1966, y a partir de ahí siguió exponiendo cada vez más, tanto en España como en otros muchos países europeos y también en Estados Unidos, con un gran éxito comercial y de crítica, hasta el punto de que sus cuadros se repartieron durante décadas entre compradores privados del mundo entero.
Su primera muestra individual se celebró en la Galería Edurne en 1966.
La sandía, 1995 (Watermelon). Óleo sobre lienzo pegado a tabla, 70 × 100 cm. Colección privada. Cortesía Galería Leandro Navarro, Madrid
En 2017, tras años de matrimonio y décadas de éxitos artísticos compartidos, Francisco e Isabel fallecieron con pocos meses de diferencia.
La lamparilla, 1956 (The Table Lamp). Óleo sobre lienzo, 32,5 × 40,5 cm. Colección privada
Para realizar la soberbia muestra del Thyssen ha habido que solicitar muchos préstamos de obras a colecciones privadas internacionales, muchas de ellas en Alemania, donde Isabel mantenía muchos de sus clientes. El recorrido por sus cuadros es una visita a un mundo íntimo y perfectamente retratado, donde poesía y técnica se dan la mano y escenas y objetos cotidianos se adueñan del espacio vacío de gente, pero habitado por presencias… El vaso de agua que alguien bebió, el lavabo donde alguien se aseaba todos los días, el pescado preparado para cocinar… Y por supuesto, esa vieja máquina de coser en la que vemos, sin verla, a aquella madre que tanto trabajó con ella.
Datos prácticos
Título de la muestra:
El realismo íntimo de Isabel Quintanilla
Del 27 de febrero al 2 de junio de 2024
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
Paseo del Prado, 8
Fotografía de portada
Fotografía de Isabel Quintanilla: Francisco López Quintanilla – Trabajo propio.
Pintura “Homenaje a mi madre”: 1971, Óleo sobre tabla, 74 × 100 cm (Pinakothekder Moderne, Múnich)
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