GENTE YOLD. Consorte del rey de España Amadeo I, solo vivió tres años de reinado en los que sufrió todo tipo de humillaciones

María Victoria, la Rosa de Turín: la Reina más desconocida y humillada de la Historia de España

Redacción Yold
19 septiembre, 2024

María Victoria dal Pozzo de la Cisterna llegó a España como reina consorte de su esposo, el Rey Amadeo I de España, Príncipe de Saboya, en el año 1871. Ni la sociedad española, ni mucho menos la corte, apoyaban a aquel rey, a quien consideraban extranjero, y por eso la soberana fue constantemente ninguneada y humillada de mil maneras. A pesar de los desplantes sufridos, María Victoria realizó grandes obras sociales durante su corta estancia de tres años como reina de España. Su marcha definitiva, en 1873, tras la abdicación de su marido, sumió su figura en el total abandono y en el olvido de historiadores y biógrafos. Hoy, en Gente Yold, rescatamos la historia de la reina más olvidada y desconocida de la historia de la monarquía española.

María Victoria dal Pozzo della Cisterna, reina consorte de Amadeo I, vivió apenas 29 años. Una corta vida que, sin embargo, le bastó para impulsar extraordinarias acciones de ayuda social, y promover activamente las artes y las ciencias en España. Su labor le granjeó el apodo de “la Virtuosa”.

 

La reina Victoria pintada por Antonio Tomasich en 1871

Del exilio en París al Reinado en España

La reina más desconocida de la historia de la monarquía española llegó al mundo en París, en 1847, como hija de un príncipe italiano exiliado; y terminó sus días en la ciudad italiana de San Remo en 1876. En España fue reina durante tres años, de 1870 a 1873. Accedió al trono español como consorte de Amadeo I, con quien se había casado en la capilla del Palacio Real de Turín, ante la Sábana Santa, a la edad de 19 años, convirtiéndose entonces en Duquesa de Aosta.

La reina más desconocida de la historia de la monarquía española, llegó al mundo en París, en 1847, como hija de un príncipe italiano exiliado

La infancia de María Victoria como exiliada en París, apenas le duró cinco años ya que sus aristocráticos padres retornaron a Turín poco después del nacimiento de su hermana Beatriz. El matrimonio quería que las pequeñas se educaran en Italia, ya que sus bienes patrimoniales les habían sido devueltos y podían residir en su viejo palacio Della Cisterna. Eran tiempos cómodos y tranquilos con vacaciones que transcurrían entre el castillo feudal de Reano y Bélgica.

En aquellos años de infancia y adolescencia, María Victoria recibió educación de los mejores profesores de Turín y se convirtió en una mujer muy culta. Las tempranas y muy sucesivas muertes de su padre, primero, y de su hermana, después, fueron episodios trágicos que acabaron envolviendo al hogar en un ambiente irrespirable de depresión y de locura. Todo ello la sumergió, de adolescente, en el estudio y la lectura como consuelo y distracción para el dolor propio y como evasión de la pérdida total del juicio, de su madre. Ello, y su natural inquietud por el conocimiento de materias como el derecho internacional, el álgebra o la economía, la convirtieron en una persona muy ilustrada que, además, se desenvolvía con soltura en lenguas como el latín, el griego, el italiano, el francés, el inglés e incluso adquirió nociones de alemán y español.

Serena y culta -era conocida como “La rosa de Turín”-, no es de extrañar que conquistara inmediatamente el corazón del entonces Duque de Aosta, Amadeo de Saboya

Serena y culta -era conocida como “La rosa de Turín”-, no es de extrañar que conquistara inmediatamente el corazón del entonces Duque de Aosta, Amadeo de Saboya, el segundo hijo del Rey Víctor Manuel II, solo dos años mayor que María Victoria.

Tres días después de su llegada a España las damas alfonsinas y carlistas organizaron la farsa de “las mantillas en rebeldía” para dejar en evidencia su total rechazo a la joven reina venida de Italia

Por entonces Europa vivía tiempos convulsos, de alianzas estratégicas entre dinastías monárquicas, y guerras para la recuperación de territorios. Así, la caída de la reina Isabel II en septiembre de 1868, convirtió a Amadeo de Saboya en el candidato ideal para ocupar el trono español, a ojos del general Prim. Tras el rechazo inicial del joven, una sucesión de incidentes y amenazas bélicas, le llevaron a afrontar el encargo, y a finales de 1970 embarcó rumo a España, donde el hombre que había impulsado su coronación, moría a causa de un atentado. Unos dos meses después, a principios de marzo de 1871, llegaba María Victoria con sus dos pequeños hijos a Madrid para reunirse con el flamante Rey Amadeo I. Pero apenas tres días más tarde las damas alfonsinas y carlistas ya habían organizado una acción callejera conocida como la farsa de “las mantillas en rebeldía” para dejar en evidencia su total rechazo a la joven reina venida de Italia.

Escudo de armas de María Vittoria dal Pozzo como reina consorte de España

El legado de María Victoria

Pero a pesar de los continuos desprecios, desaires, ninguneos y desplantes, la Reina María Victoria tenía coraje, personalidad y carácter suficiente para seguir adelante, impulsar proyectos y hacer realidad iniciativas de gran interés social orientadas, principalmente, al mundo de las mujeres y de la infancia.

A pesar de los desprecios, desaires, ninguneos y desplantes,  María Victoria tenía coraje, personalidad y carácter suficiente para seguir adelante, impulsar proyectos y hacer realidad iniciativas

Fue la promotora de un asilo y una escuela para los hijos de las lavanderas. El edificio, que estuvo emplazado hasta su destrucción durante la Guerra Civil, junto a la Estación del Norte, lo financió con la asignación de cien mil reales otorgados a su primogénito de tres años, en calidad de Príncipe de Asturias. Pero no fue la única construcción impulsada por ella, también propició un hospicio de niños desamparados, una casa-colegio para hijos de cigarreras, creó la llamada “Sopa Económica” que consistía en el reparto de comida a los más desfavorecidos, en colaboración con la pionera del Trabajo Social en España, la escritora Concepción Arenal; esa amistad le descubrió el estado de las cárceles, y la animó a visitar personalmente a las reclusas. También fundó un dispensario oftalmológico y realizó donaciones mensuales para los llamados pobres vergonzantes, a través de las monjas de la Caridad. Muchas de estas ayudas las mantuvo, a título privado y personal, cuando ya no era reina y había vuelto a su vida en Italia.

Mientras el soberano afrontaba desde el trono las sucesivas crisis de gobierno que hacían alternar en el poder a generales y almirantes, y además vivía un apasionado romance con la bella Adela Larra y Wetoret, primero, y con la condesa Valentina Vinent y O’Neill, después, la Reina María Victoria pasaba los días con sus hijos en La Granja abocada al mecenazgo de artistas como los pintores Vicente Palmaroli, Antonio Gisbert o el escultor Medina, entre otros. Su ayuda y dedicación al mundo de la cultura la llevó a dar nombre a la Orden Civil de María Victoria, con la que se premió a quienes por sus méritos destacaban en ámbitos como la ciencia, las artes, la literatura o la industria. Recibieron el galardón, entre otros, el escritor Ramón de Campoamor, los pintores Luis de Madrazo, José Casado del Alisal o el compositor Hilarión Eslava. La Orden fue disuelta durante a Primera República.

Abdicación y regreso a Italia

Y a pesar de lo mucho y lo bueno que la reina consorte hacía en favor de los más humildes, y los más talentosos, su figura era vilipendiada públicamente, al extremo de ser tildada en titulares de prensa como “La loca del Vaticano”. Eran tiempos extremadamente complicados, de enorme inestabilidad política, de conspiraciones, conjuras, y en la que tampoco faltaron atentados contra la pareja real. Tal eran los riesgos que amenazaban, que como reina se vio privada de moverse a su antojo, conceder audiencias, recibir visitas, o modificar su domicilio, sin previo aviso y autorización del gobierno. Llegó a sentirse secuestrada.

En su corto reinado propició un hospicio de niños desamparados, una casa-colegio para hijos de cigarreras, creó la llamada “Sopa Económica” que consistía en el reparto de comida a los más desfavorecidos, entre otras muchas iniciativas sociales

La pareja real tampoco despertaba cariño y admiración en las colonias. La firma de la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, en la Navidad de 1872, les sumó detractores entre la nobleza y la burguesía antillana. La Guerra Carlista, la insurrección en Cuba, y el nacimiento de su último hijo en 1873, Luis Amadeo -el único de sus tres vástagos nacido en suelo español- fueron la antesala de la abdicación de Amadeo I, que tuvo lugar en febrero de 1873. En su contundente y categórico discurso de renuncia lamentaba el enfrentamiento y la traición continuada que se producía en el Reino de España, entre hombres de un mismo país.

El exilio de la pareja empezó con su traslado en tren a Lisboa, en un viaje en el que conocieron el frío y el hambre. Quizá fuese en ese viaje de retorno a Italia en el que contrajo la tisis. Una enfermedad que la fue consumiendo, impidiéndole caminar y respirar. Sus últimos años de vida fueron muy dolorosos para la reina destronada, aunque el inesperado cuidado y cariño de su esposo la alivió y dio consuelo en aquellos últimos días. Sobre su experiencia como reina, escribió: «En España no deseé más que una cosa: cumplir con mi deber, y de ella conservaré siempre un bueno y un triste recuerdo. Bueno, porque hay allí personas muy estimables a las que nunca olvidaré, y triste, porque España no encontró con nosotros la tranquilidad y la prosperidad que deseábamos darle».

Como reina se vio privada de moverse a su antojo, conceder audiencias, recibir visitas, o modificar su domicilio, sin previo aviso y autorización del gobierno

Esperamos que este rápido repaso a su vida contribuya, de alguna manera, a que no continúe siendo la reina más desconocida y olvidada.

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