Bienestar Yold. Hierbas: curarse sin dañarse

Mi cita con el herbólogo

Todos o casi todos tenemos nuestras “hierbas milagrosas”. Hipérico, valeriana, ginseng, diente de león. Las generaciones anteriores han tirado de plantas medicinales toda la vida, y ahora, a nosotros, ya entrados en la madurez, nos ayudan a llevar una vida más sana ¿Cuál es la tuya?

Si al que se dedica a curar la mente le llaman psicólogo, a la que estudia la lengua hablada y escrita la llaman filóloga, sería lógico que al que estudia las hierbas le llamaran “herbólogo”, pero no sigamos por ahí, no vaya a ser que le demos una categoría que no tiene. De hecho, la palabra ni siquiera figura en el diccionario de la lengua española. Sí en cambio viene herbolario (persona que recoge o comercia con hierbas y plantas medicinales). Doy mi testimonio particular de lo mucho que la medicina natural nos puede ayudar.

“Desde aquí, pido un respeto por nuestro herbolario particular”.

El lenguaje no es inocente y a nuestro particular herbólogo nunca le admitieron el sufijo “logo” porque eso da caché. Como todos sabemos “logo” significa conocimiento, saber, persona versada en algo y al herbólogo no hay que regalarle conocimiento oficial. No vamos a entrar en ese gran debate de medicina alopática u homeopática; ni quitarle a una todo para dársela a la otra; cada una tiene su parcela, pero, desde aquí, pido un respeto por nuestro herbólogo particular.

Ellos son como la amante. A la oficial no le vas a decir que estás yendo a otra para recibir algún don. Igual que al doctor no le vas a decir que estás yendo a un tipo que te da hierbas. porque lo que te ofrece no tiene efectos secundarios. Bueno, realmente, en este caso el ejemplo no vale. Lo primero sí tiene efectos secundarios.

El caso es que a todos nos han hablado alguna vez de alguien que conoce a un tipo que te aplica unas cataplasmas a base de hierbas o te da no sé qué y te alivia el mal. Y, vamos, naturalmente que vamos a verlo. Normalmente no son versados en la medicina oficial ni doctorados en Oxford o Harvard, pero al menos el mío tiene un gran porcentaje de éxitos. Por él conocí los efectos del hipérico, que me ha aliviado bastante mis estados depresivos (estaba harto de los psicotrópicos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, SSRIs, por sus siglas en inglés). Por él descubrí el ginseng, que me quitó mucho estrés (¿o tal vez me lo quité yo al decirme él que me lo quitaba?) Lo que seguro eliminé fue la cantidad de benzodiazepinas que tomaba, y que me estaban fastidiando el hígado.

¡Cómo vas a ese tío, si no tiene ni la E.G.B.!, me dicen. Como en la canción, yo les respondo: “Qué cultura va a tener si nació en los cafetales”. También me ha aficionado al ajo crudo (descanso los fines de semana que salgo a bailar). Mi médico quería eliminarme el colesterol a base de estatinas, pero tras unas cuantas cajas me encontraba cansado, me dolían los músculos, no dormía bien. El ajo me lo ha reducido. Además, reconozco que tiene otras muchas propiedades.

Y, desde luego, recomiendo esa valeriana que me tomo por las noches para dormir bien; la infusión de ortiga, que me está mejorando la artritis o esa cocción del tallo de regaliz que me favorece la digestión. Y, hablando de digestión, el diente de león es divino para aliviar esa barbacoa, donde nos hemos pasado de alcohol y chuletas.

Pero eso sí, que estos ejemplos no sirvan como recomendación para sustituir a los médicos de toda la vida por nuestro herbólogo que, al fin y al cabo, la ciencia manda…

¿Nos comentas cuál es tu planta medicinal favorita?

Alonso C. Caballero

Comentarios

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