Nuestros queridos cuñados
¿Tienes la suerte de tener el clásico cuñado majete o la desgracia de sufrir al clásico fanfarrón? Hoy repasamos algunos de los más característicos tipos de cuñados que abundan en las familias, sin olvidar algo importante: cuñados, somos todos (o casi todos).
Tengo varias hermanas y hermanos, por lo cual varios representantes de esta fauna pasan por casa con frecuencias. Los hay tímidos, que no se hacen notar. Estos no sólo no te agobian con su conversación, sino que además, se sientan en el rincón del salón y no molestan. Eso sí: tampoco se levantan a por el cubata, se lo tienes que llevar y te lo quitan de la mano con la misma avilantez que un halcón agarra a una paloma.
En el extremo opuesto están los frescos y descarados. Estos te abren el frigo cien veces, buscan las delicatessen, hurgan en el botellero escudriñando el mejor vino, lo descorchan sin preguntar y tras hacer la parafernalia de husmear la copa, paladear un sorbito y susurrar que “tiene un retronasal a café” culminan la acción añadiendo que “Este vino no es para tanto… Tengo yo un reserva de la añada de 2001…” Tampoco los puedes mandar a hacer puñetas, porque luego llegan tus padres o tu mujer y te afean los malos modos.
Pero los cuñados que más nos cargan, seguramente son aquellos que cuando tú vas, ellos vienen. No hay batallita que les cuentes que no la hayan librado antes ellos. Todo lo que dicen y hacen tiene, como único propósito, el de lucirse y quedar como los más listos de la clase. Hablamos de los cuñados fanfarrones.
Luego están esos cuñados que siempre tienen (o parece que tienen) más dinero que los demás. Muchas veces son los menos cultos, pero se han aprendido tres o cuatro coletillas respecto al pecunio que repiten continuamente: “El dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla”; o esta otra, aún más efectiva: “En casa llena, presto se guisa la cena” (esta frase la dice conforme entra por la puerta, con dos grandes bolsa del Carrefour). Les perdonamos la mala milk que pueda tener su intención soltando el refrán del quijote por las viandas que aportan al disfrute familiar. Normalmente estos cuñados son fanfarrones, simpáticos y majetes; no han leído un libro en su vida y su último gran descubrimiento es el WhatsApp, con el que te enseñan los vídeos guarros, que dice que le mandan sus amigos.
Los del ego subido son los más difíciles de aguantar. No importa que los ignores, ellos solitos se ponen flores y el yo sale más a relucir que en todas las obras de Freud.
Y, por último, están los nuevos ricos. Hace tiempo los fanfarrones eran los cazadores, que te contaban las perdices que habían abatido y los pocos tiros que habían fallado. Ahora son los cuñados que juegan al golf, que te narran minuciosamente los golpes estupendos que dieron en un par cinco y cómo consiguieron un birdie.
Cuñados los hay de todos los pelajes; incluido yo, que también soy de un cierto pelaje para ello.
Como en botica hay de todo, fanfarrones, simpáticos y hasta majetes.