GENTE YOLD. La joven sombrerera que creó una de las grandes marcas de la alta costura
Lanvin: la firma que surgió del amor de madre
A principios del siglo XX, en el París de la bohemia y los artistas, una joven sombrerera llamada Jeanne Lanvin comenzó a confeccionar vestidos para su pequeña hija Marguerite. Las prendas eran tan hermosas, que sus clientas querían vestir igual a sus propias niñas, así es que comenzaron a encargarle los mismos vestidos. El éxito fue tan grande, que después le encargaron modelos para ellas mismas. De esta forma nació Lanvin: la firma más antigua de la alta costura de París, que continúa siendo un icono en nuestros días. Además de ser la pionera de la moda infantil, Jeanne Lanvin fue una fecunda y multifacética emprendedora y una mujer absolutamente adelantada a su tiempo. ¿Nos acompañas a recorrer su fascinante historia?
Jeanne Lanvin vino al mundo en París el 1 de enero de 1867. Fue la primera de los doce hijos de una humilde familia, en la que el padre trabajaba como funcionario público y la madre como costurera. El mundo de los retales, las tijeras, las agujas y los hilos se convirtió, desde muy pequeña, en su espacio de juegos.
Al cumplir 13 años empezó a trabajar, primero como chica de los recados y muy pronto como aprendiz, en Madame Félix, una sombrerería del aristocrático suburbio Parísino de Faubourg Saint-Honoré. Luego lo hizo en Cordeau. Sus compañeras siempre la recordaron como una adolescente llena de energía, que ahorraba el dinero del autobús corriendo tras ellos para llegar a tiempo a su puesto de trabajo. Su temperamento osado y atrevido la llevó incluso a trasladarse y trabajar por un tiempo en Barcelona. Ese mismo espíritu audaz y emprendedor, además de una gran confianza en su capacidad de trabajo y creatividad, la animaron en 1885 a retornar a París y abrir un taller de sombreros cuando solo contaba con 18 años. Tras comprobar el éxito que tenían sus diseños, cuatro años más tarde, en 1889, decidió comercializarlos en una tienda propia, Lanvin Modes, en el número 16 de la Rue Boissy d’Anglas. Y a pesar de tratarse de una pequeña callecita algo escondida, la proximidad de su sombrerería al exclusivo público del barrio de Faubourg – Saint-Honoré facilitó que atrajera a una distinguida clientela.
La maternidad como inspiración
El trato cotidiano con lo más excelso de la sociedad parisina la relacionó con el Conde Emilio di Pietro, con quien se casó en 1896 y de quien se divorció unos siete años después.
En 1987, el nacimiento de su hija Marguerite di Pietro, a la que apodaba Marie-Blanche, lejos de convertirse en un factor de distracción o de abandono de su labor profesional, supuso su inicio como diseñadora de vestidos. Jeanne comenzó a confeccionar prendas únicas y personales para su pequeña, vestidos hermosos, sofisticados y de calidad suprema que nunca se habían visto en una niña. Un vestuario que, a pesar de su refinamiento y empaque, mostraban el encanto y la magia de lo infantil. Y es que, hasta ese momento, lo normal es que la ropa de los niños fuese la misma de los adultos, pero en versión reducida.
La ropita que Jeanne confeccionaba para Marie Blanche, maravillaba a las clientas de la sombrerería por su belleza, su refinado estilo de volúmenes y contrastes, y por sus originales detalles de sedas y transparencias. Todo ello puso en evidencia las extraordinarias dotes de Jeanne como diseñadora, y las madres pronto comenzaron a solicitarle réplicas. Primero, para sus propias hijas. Pero luego, también, para ellas mismas. En la tienda de Lanvin se puso también de moda que las niñas y las mamás fuesen vestidas con el mismo precioso atuendo.
Así pues, con el éxito de los encargos que aquellas madres le hacían, la joven amplió su negocio: Jeanne Lanvin se convirtió, así, en la primera diseñadora en lanzar una línea de moda infantil, en 1908. Y en 1909, también presentó oficialmente su primera colección dedicada a mujer. Ese mismo año, Lanvin entró en la Chambre Syndicale de la Haute Couture de París. Y con este reconocimiento a su trabajo profesional comenzó a realizar colecciones semestrales, a participar en desfiles exclusivos y a limitar el número de piezas por modelo, tal y como exigía el competitivo universo de la alta costura.
De la pequeña tienda a la empresa multifacética
Jeanne se convirtió en un referente de estilo que capturó la esencia de la elegancia parisina y la marca comenzó a crecer exponencialmente, pues la fuerza emprendedora de la joven era abrumadora. En 1911 creó un departamento para el diseño de trajes de novia y en 1913 se atrevió con el mundo de las pieles. En 1926, se convirtió en la primera diseñadora parisina en lanzar una línea de ropa a medida para caballeros.
A finales de los años veinte, la empresa era un pequeño imperio con más de mil empleados y diversificado en distintas áreas: moda femenina, masculina, infantil, lencería, peletería y hasta decoración y ropa deportiva. Por cierto, que su amor por los niños no solo la llevó a crear ropa infantil: también abrió una guardería para que sus numerosas empleadas pudieran dejar allí a sus pequeños durante las horas de trabajo.
La perfumería vino a sumarse a la compañía: en 1925, en la Exposición Universal de Artes Decorativas de París, actuó como vicepresidente del Pabellón de la Elegancia, y allí presentó su primer perfume, My Sin. Luego, en 1927, vendría Arpège; una loción inspirada en las piezas de piano que interpretaba Marguerite, y que creó como tributo a su siempre amada hija, para celebrar su trigésimo cumpleaños. Arpège se convertiría en un perfume icónico, que proporcionaría enormes beneficios a la casa.
La fuerte y amorosa relación que mantuvieron, a lo largo de toda su vida, Jeanne y su hija también quedó plasmada en el icónico logotipo de la empresa, creado en 1923, pero inspirado en una foto de 1907. La imagen -que mostraba a Jeanne y la pequeña Marguerite en una fiesta de disfraces- fue convertida en dibujo por el ilustrador Paul Uribe. En 1923, el diseñador Albert-Armand Rateau la reconvirtió en el logotipo que sellaría los productos de la casa.
Mujer familiar, mujer de mundo
En 1907, Jeanne se había vuelto a casar con Xavier Mélet, ex director del diario Le Temps y cónsul francés en Manchester. Con él mantuvo una vida discreta, pero al mismo tiempo, siempre interesante. Además de su familia y su empresa, el arte y los viajes fueron sus pasiones: recorrió numerosos países, y todo ello lo plasmó en sus creaciones. Sus propuestas incorporaban bordados, cintas, perlas, lentejuelas, pedrería y complementos de regiones tan exóticas como Persia, China o Japón, o evocaban con exquisitez el mundo grecorromano. También creó maravillosos tonos de color propios que utilizaba en sus diseños y que a veces estaban inspirados en obras de arte, como el azul Lanvin, surgido de las obras de Fra Angelico, o el verde Velasquez. Otro tono marca de la casa, fue el rosa Polignac, en honor al linaje del segundo marido de Marguerite. Sus tintes eran elaborados en un taller propio que había fundado en 1923 en Nanterre.
Resulta sorprendente descubrir que Jeanne no sabía hacer patrones. Pese a que su conocimiento de las técnicas de costura era limitado, era capaz de dar instrucciones tan claras y precisas a sus colaboradores que entre 1918 y 1939, Lanvin realizó cerca de dieciséis mil diseños.
Un nombre convertido en clásico
Jeanne Lanvin fue distinguida en 1936 con la Legión de Honor, la máxima condecoración de Francia, por su brillante trayectoria empresarial y la proyección mundial de la marca francesa. La diseñadora falleció en 1946, quedando entonces al frente de la firma su hija, Marguerite, Condesa de Polignac, hasta su muerte en 1958.
Hasta finales de los 80 Lanvin continuó en manos de miembros de la familia, pero sin el mismo éxito de los primeros tiempos. Después de pasar por distintos propietarios y creadores, en 2018 fue adquirida por Fosum International, quien la ha relanzado bajo la dirección creativa de Peter Copping. Lanvin sigue siendo una firma icónica que proyecta su mirada hacia un estilo de futuro, pero sin perder la originalidad y elegancia con que su creadora la concibió en aquel París de tendencias y colores. La historia de Jeanne sigue siendo, hoy en día, tan apasionante como motivadora.
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