Mundo Yold. De cómo los cuidados caseros, amorosos, de los buenos, ni caducan ni pasan de moda

“Mamá, que te he dicho que no le des galletas a la niña”

 

 

 

 

Inés Almendros
16 junio, 2022

Un homenaje a esos abuelos que criaron a un montón de hijos y que luego cuidaron a sus nietos, a los que alimentaron con comida casera y amor del bueno. Una historia como tantas otras, basada en hechos muy reales.

Eran los años ochenta. La primera nieta de Paco y Maribel se llamaba Gema; como a todos los abuelos, a ellos les parecía la niña más guapa del mundo. Y es que llevaban años queriendo nietos: de sus cuatro hijos, solo el mayor, Daniel, estaba emparejado. Así pues, Gema vino al mundo siendo una niña muy deseada tanto por sus padres, como por sus abuelos.

Pasaron unos meses y cuando Camila, la nuera de Paco y Maribel, tuvo que regresar a su trabajo, los abuelos, que vivían muy cerca, se ofrecieron encantadísimos a cuidar de la bebé. Una oferta que, ni que decir tiene, fue inmediatamente aceptada por el joven matrimonio. Y así fue cuando comenzó, para todos, una nueva vida, con una logística muy diferente. Por la mañana, antes de marchar al trabajo, Camila y Daniel llevaban a Gema a casa de los abuelos, que se ocupaban de ella hasta que, bien entrada la tarde, sus padres regresaban a recogerla.

Pero eso sí, la pequeña siempre llegaba al hogar de los abuelos acompañada con un montón de instrucciones:

Instrucciones sobre lo que Gema tenía que comer y cómo cocinarlo, con los detalles sobre ingredientes, aderezos y cantidades exactas, así como las horas de comida y otras muchas pautas de alimentación. Instrucciones sobre el aseo y el baño, los jabones y cremas, los medicamentos, las ropas y otros muchos aspectos imprescindibles, para atender bien al bebé. Y un montón de instrucciones más sobre el sueño, el paseo, los juegos, el ocio o las pautas de educación.

Estas instrucciones solían venir por escrito, en apuntes que los padres escribían para los abuelos. Y solían llegar acompañadas de recortes y consejos de revistas especializadas, recetas de cocina para niños o fotocopias de libros y otras fuentes.

Y es que Daniel y Camila -como todos los padres jóvenes y primerizos- habían tenido tiempo, desde el embarazo, de empaparse bien de todas las publicaciones, artículos y libros para bebés. De consejos de pediatras, médicos, especialistas, nutricionistas y demás (y eso que, en aquellos años, aún no había internet).  Así es que tenían muy claro lo que su niñita necesitaba para crecer perfectamente sana y fuerte.

A los únicos “especialistas” a quienes los jóvenes no consultaron fue precisamente a los abuelos.

Posiblemente, a los únicos “especialistas” a quienes los jóvenes no consultaron fue precisamente a los abuelos, Paco y Maribel. Y eso que Maribel había criado a sus dos hermanos pequeños en la postguerra, sin apenas comida ni recursos. Y que luego, en los años sesenta, también había sacado adelante a sus cuatro hijos, perfectamente sanos con el modesto sueldo de su marido.

Y respecto a Paco, sin duda, también él había sido un padrazo con sus cuatro hijos; un padre que siempre logró sacar un poco de tiempo para jugar con ellos, aunque viniera agotado de su trabajo en la fábrica, donde hacía un montón de horas extras para que no faltara de nada en casa. Un padre que inculcó a sus hijos el respeto a la familia, la importancia del trabajo y lo bueno que era hacer deporte. Que aprovechaba los fines de semana para llevar a la familia a la Casa de Campo y montar en bici junto con los chavales.

Y ahora, que estaba felizmente jubilado, el abuelo se había convertido en el fiel guardián de su nietecita, a la que acompañaba y cuidaba sin descanso. Y a la que todas las tardes sentaba, como a una reina, en su sillita y la llevaba al parque para que jugara con otros niños, sin perderla de vista jamás, ni un solo segundo.

Así es que recogían las instrucciones, escuchaban las indicaciones, y luego -como lo cierto es que ellos estaban todo el día solos, a cargo de la nietecita-, ya aplicaban su propia sistemática de cuidados.

Por eso Paco y Maribel alucinaban un poco con tantas instrucciones escritas; y con las pautas, recomendaciones, artículos y recetas de revistas pediátricas con que les machacaban permanentemente su hijo y su nuera; y consideraban que esto sin duda debía ser el fruto de un excesivo alarmismo, normal por otra parte en una pareja primeriza. Así es que recogían las instrucciones, escuchaban las indicaciones, y luego -como lo cierto es que ellos estaban todo el día solos, a cargo de la nietecita-, ya aplicaban su propia sistemática de cuidados.

Y así fue como empezaron a surgir los primeros problemillas, porque Daniel y Camila, a veces, cuando llegaban a recoger a Gema, se encontraban con que la niña no había seguido la estricta dieta que ellos habían marcado; o que -¡peor aún!- la pequeña estaba, incluso, comiendo cosas “prohibidas”.

-¡Mamá, te tengo dicho que no le des galletas a la niña!”- se quejaba Daniel a su madre.

-“Pues anda que no has comido tú galletas María y mira lo bien que ha salido”- respondía la abuela sin hacer mucho caso, por otra parte.

-“Papá, por Dios, que no le compres chuches a la niña, que tienen muchísimo azúcar”- recriminaba a su padre. 

-“Hijo, que por una gominola a la niña no le va a pasar nada”, respondía Paco, sin tampoco tomarle muy en serio.

Hay que decir que, aparte de estas pequeñas cosas, los abuelos eran muy obedientes con las pautas de sus hijos: no mimaban en exceso a la nieta, no la compraban ropita sin permiso de sus padres, no la dejaban ver la tele mucho tiempo, respetaban escrupulosamente los horarios marcados… Las únicas licencias que Paco y Maribel se permitían eran las galletas, alguna chuche o algún dulce esporádico. Y, por supuesto, que en vez de hacer la papilla healthie que había publicado la revista Ser Padres -la favorita de Camila-, Maribel prefería cocinar sus propios purés y “potitos” caseros, con legumbres, carne, pescado o frutas del mercado. Aunque siempre se llevaban los mismos reproches por parte de Daniel y Camila: “mamá, no le des galletas; papá, no le compres chuches…”.

Y fue, justamente, en esta fase de la vida, cuando vino al mundo Marco, el segundo hijo de la parejita; un feliz acontecimiento muy celebrado, pero que hizo que todo se complicara mucho más.

Ahora, todas las mañanas, Camila y Daniel dejaban a Gema y Marco en casa de Paco y Maribel, que seguían igual de encantados de cuidar a sus nietos. El abuelo llevaba a la niña a la guardería de al lado de casa, para que jugara con los niños de su edad; y la abuela seguía preparando las comiditas caseras para el bebé, y los platos de cuchara, los de toda la vida, para ellos y para Gema, que ya comía de todo. Y los niños se dejaban mimar por los abuelos, que de vez en cuando, como siempre, les daban algunas galletas y hasta tartas caseras de las que hacía la abuelita. Y por supuesto, por la tarde, el abuelo Paco les llevaba al parque, jugaba con ellos, les vigilaba cuando jugaban con otros niños, y les compraba alguna chuche. Y él mismo, aunque ya había perdido algún que otro diente, se comía alguna gominola.

Pero con Marco hubo un cambio importante y es que ahora los niños ya no venían acompañados de instrucciones. Por una parte, porque Daniel y Camila ya no eran padres primerizos; habían perdido ese vértigo y exceso de precaución que es normal cuando tienes un hijo por primera vez. En segundo lugar, porque –aunque seguían protestando por las chuches y las galletas- en el fondo sabían que los niños estaban en las mejores manos del mundo: las de Paco y Maribel. Y, además, para qué negarlo, con el trabajo y dos niños, la joven pareja estaba tan agotada, que ya no tenía ni tiempo ni ganas para estar recopilando y anotando recetas e instrucciones.

Daniel y Camila ya no eran padres primerizos; habían perdido ese vértigo y exceso de precaución que es normal cuando tienes un hijo por primera vez.

Y siguió pasando el tiempo y Gema ya tenía seis años, y el pequeño Marco casi cuatro. Y Camila se volvió a quedar embarazada, y vino al mundo otro peque, al que llamaron Iván, y que, claro, también acabó en casa de los abuelos, que llevaban y traían a los mayores del colegio y la guardería; que les daban de comer; que luego los llevaban al parque y jugaban con ellos. Y los niños crecían maravillosamente saludables y felices con la comida rica, casera, que les hacía la abuela Maribel y los mimos y los juegos, y la bici y los cuentos y las gominolas del abuelo Paco.

Y una tarde cualquiera Daniel y Camila llegaron a casa de los abuelos a recoger a sus tres criaturas. Habían salido pronto del trabajo, era un poco antes de la hora normal. Al entrar en la cocina, se encontraron todo un número, una escena alucinante, que años antes les hubiera provocado un enfado monumental: allí estaban los dos abuelos, y los tres niños, con la merienda menos saludable del planeta, comiendo patatas fritas y unos bocatas de chorizo del cocido que a la abuela le había sobrado el día de antes. Y también había una tarta de chocolate que había hecho esa misma mañana… ¡Y lo peor de todo! Hasta Coca Cola. Sus niños estaban allí bebiendo Coca Cola (eso sí, la Coca Cola sin cafeína, que llevaba poco tiempo en el mercado). Abuelos y niños tenían la boca llena de grasa roja de chorizo y negra del chocolate. Aquello era una juerga, un festín.

La abuela Maribel sintió como si les hubieran pillado a todos con las manos en la masa, y se dispuso a esperar los regaños de hijo y nuera, por aquella merendola prohibidísima. Pero, cuál fue su sorpresa, cuando se encontró todo lo contrario:

-“Mamá, hazme un bocata de chorizo, que yo también quiero”- dijo Daniel, al que le crujieron las tripas al ver aquella comida que le recordó a los bocatas de su niñez, y que le hizo olvidar las instrucciones, restricciones e imposiciones sobre la charcutería como alimento para la infancia, que llevaba años intentando inculcar a sus padres.

-“Y a mí me das tarta de chocolate”– dijo Camila, muerta de risa, y reconociendo en su interior que, pese al chorizo, las galletas y las chuches, podía dar gracias al cielo por aquellos suegros de lujo, que estaban regalando a sus hijos una infancia excepcional e inolvidable.

Y todos disfrutaron de lo lindo de aquella merienda improvisada, que pasó a engrosar el archivo de los recuerdos más divertidos de la historia familiar.

Pasaron los años. La vida siguió adelante, como es lo natural. Y mientras los nietos fueron creciendo y haciéndose adultos, los abuelos se fueron haciendo ancianos. Y todo cambió y ahora eran Daniel y Camila –junto con Gema y sus hermanos, el resto de la familia, y algunas ayudas externas- quienes cuidaban de los abuelos. Hasta que, un día uno; otro día otra, Paco y Maribel se marcharon para siempre.

Pero sólo se marcharon en presencia, porque Maribel y Paco siempre permanecieron en el recuerdo de sus hijos y nietos, que nunca olvidaron sus galletas, sus chuches, sus bocatas de chorizo y sobre todo su maravilloso amor casero.

PD.: Y Gema estudió cocina, y se hizo chef, y desde hace años trabaja en un importante hotel. Y muchas veces se juntan todos en su casa, y Gema -que ya es mamá- cocina para sus papás, Camila y Daniel, que ya están jubilados, y quienes, a la vez, cuidan por la mañana de sus hijos. Y cuando todos se reúnen, Gema no cocina platos muy sofisticados, como los del hotel. Prefiere preparar pinchitos de chorizo y la misma tarta de chocolate, con la receta especial que le enseñó hacer, hace muchos años, su muy querida abuela Maribel.

Comentarios

  1. Guille dice:

    Que historia tan bonita.

  2. Alicia dice:

    Exelente reflexion!!!!!!

  3. Loly dice:

    Preciosa historia ??

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