Cine Yold. 30 años sin el gran cineasta italiano
Fellini: mago en convertir la triste realidad en ficción positiva

Fellini, mítico realizador italiano, una auténtica súper estrella, definido como vanidoso y ególatra por quienes más le conocieron, murió el 31 de octubre de 1993. Son ya 30 los años de su fallecimiento; por ello, Ángel Domingo ha querido recordar películas tan memorables como La Strada (1954), La Dolce Vita (1960), o Fellini, ocho y medio (1963).
Han transcurrido más de cien años desde su nacimiento, el 20 de enero de 1920, pero su legado continúa intacto, pues su filmografía sigue siendo una de las piezas clave en la historia del cine europeo.
Nacido en Rímini, Federico viajó a Roma con tan solo dieciocho años para intentar ganarse la vida como dibujante y periodista, facetas en las que no tuvo fortuna. Su destino, aunque todavía no era consciente, estaba ligado al celuloide y a la Ciudad Eterna.
Sin embargo el realizador introdujo, en sus raíces, títulos tan emblemáticos como La Strada (1954), protagonizada por su musa y actriz fetiche Giulietta Masina, o Amarcord (1973), ambas galardonadas con el premio Oscar.
El primer éxito comercial de su carrera lo obtuvo gracias a la simpática Los inútiles (1953), una cinta de marcado acento neorrealista en la que un grupo de jóvenes de un pueblo de la costa adriática, marcada referencia a su Rímini natal, mantienen aspiraciones muy diferentes; y uno de ellos fantasea, al igual que el propio director, con la gran ciudad; circunstancia que aparecerá de manera constante en su filmografía posterior. Porque si citamos a uno de los protagonistas fundamentales de las cintas que firmó durante su extensa carrera, además de su propia persona, fue Roma, la capital italiana, el espacio en el que se representa su personal universo.
Con su musa, Giulietta Masina
Roma: su eterna inspiración
Federico Fellini retrató Roma desde una elegante fascinación, pero también desde la crueldad con que la Ciudad Eterna recibía a sus visitantes más ingenuos y soñadores. Una realidad reflejada de manera soberbia en películas como Las noches de Cabiria (1957), que narra los incansables intentos de una prostituta romana, encarnada de nuevo por Masina, que sueña con encontrar el amor y posee una bondad sin límites, con la que el cineasta recogió de nuevo el gran premio de la Academia de Cine estadounidense.
Así, Fellini regaló a la capital italiana algunas de sus cintas más inolvidables, como la citada anteriormente, o la propia Roma (1972), que resulta una acertada ensoñación sobre la gran urbe repleta de secuencias situadas entre la ficción y la auto ficción.
Ocho y medio
Sin embargo, su obra más aplaudida dedicada a la ciudad de sus amores fue La Dolce Vita (1960); por esa inolvidable Roma Marcello Mastroianni pasea. Con ella ganó su única Palma de Oro en Cannes. El legendario baño de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi es, posiblemente, uno de los momentos más emblemáticos de una cinta monumental y depresiva, así como inspiración indiscutible de La gran belleza (2013), la más aclamada de las películas de Paolo Sorrentino que, en su admiración por la ciudad romana, crea un hermoso diálogo entre el flaneur de Toni Servillo y el introvertido paseante Mastroianni.
Con Mastroianni, su alter ego en la pantalla
Y solo tres años después de La Dolce Vita (1960), el cineasta dirigió otro de sus filmes más celebrados, Fellini ocho y medio, una sentida reflexión metacinematográfica con un director en crisis creativa en el que el propio realizador quedaba reflejado. La cinta le valió a Fellini su tercer premio Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa, y quizá fue una de las últimas en las que el director consiguió mantener el éxito de crítica y público, algo que no ocurrió con sus producciones posteriores.
El estudio 5 de Cinecittá
Cinecittá y Fellini
Ninguna de las ensoñaciones del director habría sido posible de no ser por Cinecittá, el legendario estudio cinematográfico de la ciudad romana. En la ciudad del cine que Mussolini construyó para competir con Hollywood, Fellini llevó a la realidad su Roma soñada, y en más de una ocasión el director habló de aquellos estudios como su verdadero hogar.
Allí rodó la última película en la que dirigiría a su esposa y musa, Giuletta Masina, Ginger y Fred (1985), un sentido recuerdo de Fred Astaire y Ginger Rogers, una de las parejas de baile más icónicas del musical moderno. Masina interpretaba junto a Mastroianni a una pareja de imitadores de Fred y Ginger entrados en años, cuyo reencuentro trae consigo más penas que alegrías.
Ginger y Fred
El director llegó incluso a dedicar al estudio un particular homenaje en su cincuenta aniversario con Entrevista (1987), su penúltima película, en otro interesante ejercicio metaficcional en el que explica a una televisión japonesa su relación con Cinecittá y las películas que allí rodó, repasando su propia filmografía en tono paródico.
Una carrera que se cerraría en 1991 con La voz de la luna, largometraje que encierra sus obsesiones en una de sus propuestas más oníricas con el paseo de dos extravagantes personajes que bordean la frontera de la locura. Unos meses después de ser galardonado con el premio Oscar Honorífico a toda su carrera, Federico Fellini fallecía el 31 de octubre de 1993, dejando tras de sí el legado del director italiano más relevante de la posguerra y uno de los cineastas más importantes de todos los tiempos.
Y para concluir este reportaje recuerdo que el espacio que media entre la Fontana de Trevi y el Trastevere romano fue mucho más que un escenario para Federico Fellini; el director italiano dejó para la posteridad algunas de las imágenes más míticas de la ciudad, desde sus grandes monumentos hasta sus aspectos más lúgubres.
Respecto a una de sus principales, calles, la legendaria Via Veneto llegó a decir: “Para mí Roma fue aquello que creé, pero también ella me creó a mí”; leyenda que contribuyó a crear y que supuso un lugar de reunión y ocio de la jet set romana en los años sesenta, reconstruida en estudio para La Dolce Vita. Su famosa escena de la fuente se rodó en invierno y Mastronianni no estaba muy dispuesto a meterse en la gélida agua; fueron necesarios un traje de neopreno y una botella entera de vodka para animarle a grabar la icónica escena. Fellini frecuentaba el célebre Harry’s Bar, donde tocaba el piano Frank Sinatra, y se tomaba el cóctel del Café Doney, mientras decenas de paparazzis (término nacido en la película) se agolpaban a las puertas de los exclusivos negocios para fotografiar a actores, artistas y demás famosos.
Recogiendo el Oscar Honorífico, con Marcelo Mastroianni y Sofia Loren
Fellini y Cinecittá
“Cuando me preguntan en qué ciudad preferiría vivir, no digo Londres, París o Roma, respondo Cinecittà”, aseguraba Fellini, y es que el Teatro Cinco de estos enormes estudios romanos era su ‘lugar ideal’. Aquí rodó prácticamente todas sus películas, como Ocho y medio o La Strada.
Así, la fábrica de los sueños, como se conoce a Cinecittà, quedó para siempre asociada a su obra, hasta el punto de que fue allí donde se instaló su capilla ardiente.
Ángel Domingo Pérez
El mejor crítico de cine, pasión y sinceridad.