Cine Yold. In memoriam del gran deportista
Bahamontes, Muerte de un ciclista

El martes, 8 de agosto, se marchó una leyenda del deporte español, Bahamontes, el primer gran ciclista de nuestro país. Nuestro crítico de cabecera ha querido tener un recuerdo entrañable hacia este enorme deportista.
Federico Martín Bahamontes no fue un ciclista cualquiera. El deportista español puede presumir de haber sido uno de los mejores corredores de la historia, y no solo el primer deportista español en ganar el Tour de Francia, en el año 1959. También fue subcampeón en 1963 y completó el podio, con un tercer puesto en 1964. Seguramente fuera el mejor escalador del ciclismo mundial. Seis victorias en el Gran Premio de la Montaña de la ronda gala; dos en la Vuelta a España y una en el Giro de Italia así lo confirman.
A mediados de la década de los años Cincuenta, pocos ciclistas subían los puertos como Bahamontes: potente, de pie sobre la bici, llevándola de lado a lado, mostrando una fuerza de la naturaleza que era irrefrenable y a la que pocos corredores podían hacer frente. Eso le permitía, en muchas ocasiones, llegar el primero a la cima del puerto, especialmente cuando la etapa acababa en alto, lo que le permitió conseguir setenta y cuatro victorias en toda su carrera. Pero el problema era bajar los puertos.
Aterrorizado, con una no muy buena conducción y con muchas dudas, muchas veces perdía en la bajada la ventaja que había adquirido en la cima que era una verdadera ‘minutada’. Su increíble estilo le llevó a entrar en la leyenda, lo que provocó que se escribieran miles de anécdotas sobre el toledano. Pero hay una que superó los límites del tiempo y que cualquier buen aficionado al deporte ha escuchado muchas veces: los helados de Bahamontes. Como toda leyenda, con el paso del tiempo se transforma, muta y hasta se exagera, pero, en el fondo, sigue teniendo un poso de verdad, la raíz de la que nació. Para los neófitos, las crónicas dicen que Bahamontes era tan superior a los rivales que, cuando coronaba los puertos, no tenía problema en comprar unos helados, sentarse en el borde de la carretera y esperar a que llegaran sus rivales para evitar acometer el descenso en solitario. La leyenda le otorgaba misticismo pero, al mismo tiempo, un halo de soberbia.
Sin embargo, la realidad es que aquello solo tuvo lugar una vez, aunque fue recordado para siempre. Sucedió en el Tour de Francia de 1954 o, lo que es lo mismo, en la primera participación de Bahamontes en la ronda gala. Era el 26 de julio y, en pleno ascenso al Col de Romeyère, el español se metió en una escapada con otros dos compañeros. En una de las primeras rampas del puerto, el coche de apoyo de uno de los escapados trató de adelantar al grupo y, al hacerlo, la rueda trasera izquierda del vehículo levantó varias piedras de la calzada, con tan mala suerte que una de esas piedras fue a golpear contra la rueda trasera de la bici de Bahamontes, rompiendo varios de los radios de la misma. La rueda temblaba, se movía y era insegura, además de obligarle a soltar el freno, lo que no le impidió hacer un ataque mortal en plena subida para escaparse en solitario y dejar atrás a sus compañeros de fuga. Pero había un problema: con la rueda en ese estado, era imposible acometer un descenso con seguridad y garantías. Así, cuando llegó primero a la cima de Romeyère, no tuvo más remedio que echarse un lado de la carretera, esperando que llegara el coche de apoyo para cambiar esa rueda destrozada. Con el bidón vacío, vio que a escasos metros de él había un vendedor con un carrito de helados, por lo que, ni corto, ni perezoso, le pidió que le diera todos los que pudiera. Y, así, empezó a estrujarlos para tratar de meter el líquido helado dentro de su bebida, pero no era sencillo.
Una vez más, se cumple el mandamiento de John Ford cuando rodó El hombre que mató a Liberty Balance (1962): “no permitas que la realidad estropee una buena historia”. A mí, me parece más épico que se sentara a esperar por voluntad propia, y no por una avería en su bicicleta.
-“Al principio, empecé a meter los helados sin quitarme los guantes ni nada, pero la boca del bidón era estrecha y me costaba mucho hacerlo”, explicaría el español años después. Así, tras hacer un gran esfuerzo con escasos resultados, decidió dejar de intentar meter los helados en el bidón y se sentó a comérselos mientras llegaba su vehículo. Fueron catorce minutos lo que tardaron en aparecer, tiempo en el que sus compañeros de fuga ya le habían alcanzado de sobra, a los que solo sacaba 140 segundos de ventaja. Aquella anécdota fue ampliamente contada por los medios deportivos de la época, especialmente por los franceses, que entendieron que el comportamiento del español solo tenía un sentido: demostrar su superioridad en la montaña. Pero nada más lejos de la realidad, pues aquel incidente probablemente le privó de luchar por la clasificación general.
¿Por qué Muerte de un ciclista (1955) es una obra maestra del cine español?
Esta coproducción ítalo-española es uno de los grandes clásicos de nuestra historia por múltiples razones. En primer lugar, por su triunfo en la edición de Cannes de ese año. También lo es por su argumento, que criticaba el comportamiento de la alta burguesía española en pleno franquismo, una época en la que podías terminar en la cárcel por rodar este tipo de películas.
A partir de un argumento de Luis Fernando de Igoa, Juan Antonio Bardem escribe este interesante drama en torno a una pareja de amantes que se verá envuelta en un complejo dilema moral tras matar accidentalmente a un ciclista en la carretera mientras regresan de una de sus románticas escapadas clandestinas fuera de la ciudad. Ante el temor de que salte a la luz su aventura, deciden huir del lugar del siniestro. Desde el comienzo se pone de manifiesto la actitud egoísta de esas personas que ponen su posición y reputación social por encima de la justicia. A pesar de todo, este incidente supondrá el comienzo de un descenso al infierno obsesivo y autodestructivo que culminará de manera trágica.
Todo el peso de la película recae sobre los hombros de la pareja protagonista interpretada por Alberto Closas, en el papel de Juan Fernández, un profesor universitario que vive bajo el auspicio de su influyente cuñado, y por Lucía Bosé, que se pone en la piel de María José de Castro, una joven casada con el ingeniero Miguel Castro (Otello Toso). Desde que Bardem comprase los derechos sobre la historia, estuvo obsesionado con contar con la célebre Lucía Bosé para el papel principal, a la que había visto en la ópera prima de Michelangelo Antonioni, Crónica de un amor (Antonioni, 1950).
Muerte de un ciclista supuso la primera aparición de la actriz italiana en el cine español, además de proporcionarle la posibilidad de conocer durante su estancia en España al torero Luis Miguel Dominguín, con el que terminó casándose. En un papel, sin duda, hecho a su medida, Lucía Bosé da vida a una suerte de femme fatale castiza, una mujer que, en su deseo de libertad y autonomía frente a unos códigos sociales anclados en el pasado, terminará por sucumbir en los más crueles impulsos de la naturaleza humana.
Discúlpenme, lectores de Yold Cultural, por ‘utilizar’ la muerte de un símbolo nacional como fue el ciclista Martín Bahamontes para escribir un artículo como este.
Espero que guste a nuestros lectores.
Ángel Domingo Pérez
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