Mundo Yold. Hoy hacemos un recorrido por los usos y costumbres higiénicas del pasado

Breve historia de la limpieza y el aseo

 

 

 

Inés Almendros
18 abril, 2022

¿Sabías qué los egipcios ya utilizaban dentífrico? ¿Que los romanos lavaban la ropa con orina humana? ¿Qué, mientras la Europa medieval se aseaba más bien poco, los mayas y aztecas cuidaban extremadamente su higiene? Hoy realizamos un viaje por la historia de la limpieza y el aseo, y descubrimos cómo eran los primeros jabones y limpiadores, productos de los que disfrutamos sobradamente en nuestros días, pero que resultaban inaccesibles para nuestros ancestros.

La limpieza, tanto del cuerpo como del lugar que nos rodea, es una de las máximas necesidades para el ser humano, no solo porque la salud depende en parte de la higiene, sino porque también contribuye de forma trascendental a nuestro bienestar en distintos sentidos. Pero, hasta que se descubrieron los primeros jabones y lejías, nuestros antepasados tuvieron que restringirse al uso de elementos naturales muy básicos para limpiarse y luchar contra la suciedad.

Tres mujeres en un banquete con conos de perfume sobre sus pelucas. Tumba de Nakht en Tebas. Dinastía XVIII

En las antiguas civilizaciones de China y Egipto ya se empleaban distintos preparados naturales, tanto para el aseo personal como para la limpieza doméstica; preparados que pueden considerarse como los primitivos jabones y detergentes, y que normalmente se basaban en la mezcla de cenizas con otras sustancias. Por ejemplo, en la dinastía china Zhou, hace nada menos que 3.000 años, ya se hablaba de un método para eliminar la grasa con las cenizas de las plantas; las cenizas vegetales, junto con caracolas molidas, también servían para eliminar las manchas en la seda. Siglos después los chinos utilizaron un jabón llamado legumbre de baño, compuesto con la mezcla de grasa, páncreas del cerdo, polvos de legumbres, saponina y aromas vegetales, que ayudaban a exfoliar y nutrir la piel.

En la dinastía china Zhou, hace nada menos que 3.000 años, ya se hablaba de un método para eliminar la grasa con las cenizas de las plantas.

Los egipcios igualmente consideraban la higiene como una parte fundamental de su salud y su cultura, y por ello, las costumbres habituales incluían el uso de dentífricos y desodorantes naturales, con emplastos y mezclas de hierbas. Tanto para el aseo propio, como para lavar sus ropas, además de las mezclas con cenizas, los egipcios utilizaban distintos tipos de sales, como el natrón, que se empleaba en los embalsamamientos. El primer dentífrico considerado como tal era egipcio y se elaboraba con una mezcla de lirio, menta, pimienta y sal, que se aplicaba con “cepillos” de fibras vegetales. 

Restos de la lavandería romana de Stefano, en Pompeya

La orina humana, el amoniaco de los romanos
Las descripciones de la vida doméstica ya nos muestran que los romanos utilizaban utensilios muy parecidos a los nuestros en su día a día, como trapos de limpieza, bayetas de paños gruesos y escobas muy básicas. Los romanos tampoco conocían el jabón, así es que igualmente recurría a las cenizas, pero también a las mezclas de serrín, para absorber la grasa y arrastrar la suciedad. Algunas piedras, como el mármol o la arcilla, trituradas servían para absorber y barrer el polvo.

En Roma, el “detergente” estrella era, nada menos, que la orina humana.

En Roma, el “detergente” estrella era, nada menos, que la orina humana –sí, el vulgar pis- que los romanos empleaban para el lavado de la ropa, y que, de hecho, se siguió utilizando durante siglos por su alto contenido en amoniaco, y su capacidad para limpiar las manchas. Para su uso, el líquido se introducía en pequeñas piscinas, y se fermentaba con cenizas y cal. Esto se hacía en las llamadas fullonicas o lavanderías, donde los trabajadores (todos esclavos) sumergían las prendas. El proceso posterior era “batir” la mezcla durante tiempo, introduciéndose ellos mismos en el líquido, y pateando las prendas hasta que estas quedaban blanqueadas. Luego la ropa se aclaraba con agua de lluvia y se trataba con aromas vegetales para que al secar oliera bien.

Publicidad del jabón de Marsella

Para “llenar” las tintorerías de orina, se traían ánforas enteras desde distintos puntos de la ciudad, incluso desde lejanos pueblos. Pero, además, el propio local solía incorporar unos urinarios en su exterior que ayudaban a recoger sin coste alguno, este preciado “detergente”.

En cuanto al aseo propio, los romanos mantenían una higiene constante y crearon numerosas termas y balnearios para disfrutar de baños que tenían un fin, tanto higiénico, como terapéutico.

El origen desconocido del jabón
El sistema para lavar la ropa en Roma puede considerarse una excepción, pues a lo largo de las civilizaciones y los siglos esta tarea fue generalmente ejercida por las niñas y mujeres del mundo que lavaron las prendas en los ríos, arroyos, fuentes o en los lavaderos, sin otra ayuda que sus manos desnudas, el agua helada, y si acaso, tablas de madera, piedras y arenas. Una durísima labor que, además de los dedos congelados, provocaba no pocas dolencias como heridas en las manos y en las rodillas y todo tipo de enfriamientos, artrosis y reúmas.

El lavado de ropa fue realizado por las niñas y mujeres del mundo que lavaron las prendas en los ríos, arroyos, fuentes o en los lavaderos, sin otra ayuda que sus manos desnudas.

La llegada del jabón a la humanidad fue una revolución para el aseo y la limpieza, pero este elemento imprescindible para la vida humana no nació del día a la noche, sino que tuvo una génesis, y un proceso de desarrollo tan prolongado como desconocido. Hay teorías que lo ubican tanto en Egipto como en China, donde hemos visto que ya se utilizaban soluciones previas en la antigüedad; otras también lo establecen en Babilonia, y de hecho, el jabón más antiguo conocido es el jabón de Alepo, de Siria, elaborado con aceite de oliva, que se usa hace más de 2.000 años.

Las lavanderas del Manzanares

Sin embargo, la mayoría de los estudios consideran que no hubo un momento ni un lugar exacto en el nacimiento del jabón. Se supone que las mezclas de cenizas evolucionaron, en distintos tiempos y lugares, hasta la “saponificación”, que es el proceso básico para su elaboración.

 

La Europa más antihigiénica
En las antiguas sociedades europeas, desde el medievo hasta el siglo XIX, la higiene se descuidaba del todo, ya que el aseo personal se consideraba innecesario y el baño, incluso insalubre. Esto fomentó continuas epidemias de peste y otras enfermedades.

Los primeros jabones eran pastillas de grasa saponificada, empleadas tanto para el aseo personal como para lavar la ropa.

Fue aquí donde comenzó también la elaboración regular de los primeros jabones ya conocidos, y que han llegado hasta nuestros días; como el famoso jabón de Marsella, en Francia, pero también el jabón de Savona, en Italia (que daría nombre a este producto). Las fórmulas y procesos se fueron extendiendo a otras zonas, y así también se popularizó el jabón de Castilla.

Sin embargo, estos jabones poco tenían que ver con lo que conocemos ahora, pues no destacaban por su agradable perfume, ni mucho menos por su forma atractiva. Simplemente, eran pastillas de grasa saponificada, empleadas tanto para el aseo personal como para lavar la ropa. Y, aun así, hasta bien entrado el siglo XIX, su uso era escaso y restringido solo a los más poderosos.

Los aztecas y su jabón particular
Mientras que en Europa se cuidaba poco el aseo, la limpieza personal, doméstica y hasta urbana, era algo habitual en las culturas precolombinas. Mayas y aztecas cuidaban extremadamente su aseo, y practicaban hábitos variados para mantener la limpieza de sus hogares y sus pueblos. Ambas culturas disponían de estancias concretas para disfrutar de baños de vapor, que aromatizaban con plantas y hierbas, tal y como pudieron constatar los conquistadores. Los aztecas utilizaban las hierbas del copalxocotl (que los españoles bautizaron como árbol del jabón), así como la raíz del xiuhmaolli, para asearse y lavar sus prendas. Cuando Hernán Cortes llegó a Tenochtitlan, pudo comprobar cómo, -a diferencia de lo que sucedía en sus ciudades españolas, donde los residuos humanos se tiraban por la ventana- los mexicanos barrían y limpiaban tanto el interior, como los exteriores de sus casas y calles, así como los templos y edificios comunes. Por su parte, los mayas utilizaban la goma conocida como chicozapote, para limpiar sus dientes, se bañaban diariamente y trabajaban distintas fórmulas que empleaban como desodorantes.

La lejía, una humilde heroína
Aquel primer líquido realizado con orines que utilizaban los romanos, se siguió utilizando durante siglos hasta que, por fin, en el siglo XVIII, se empezaron a fabricar las primeras lejías, lo que marcó un antes y ahora en la evolución de la limpieza. Fue en 1780, cuando el químico francés Bertholet descubrió la capacidad blanqueante del cloro, y creó una fórmula –a la que denominó agua de Javel- que puede considerarse como la primera lejía. Posteriormente, el farmacéutico también galo, Labarraque, complementó la fórmula inicial, hasta dar con la lejía que conocemos hoy. La llegada de este producto supuso una enorme revolución por su gran poder desinfectante que fue reconocido por la ciencia, hasta el punto de que la lejía pasó a utilizarse, no solo para limpiar, sino también en farmacia y medicina, para eliminar los gérmenes.

La edad moderna, la edad de la limpieza
Solo la llegada del mundo moderno, ya a finales del siglo XIX, consolidó la costumbre regular de una buena higiene personal, y el cuidado y desinfección de nuestros hogares y espacios. El auge de la medicina y la investigación científica ayudaron a difundir la necesaria importancia de la limpieza para evitar gérmenes y enfermedades.

Antes, éramos nosotros los que estábamos sucios. Ahora ensuciamos a nuestra madre tierra: esperamos que el futuro nos traiga nuevas formas de limpieza y desinfección.

Con la concienciación masiva de la importancia del aseo, también evolucionó la producción de los jabones y detergentes, que se fue industrializando y especializando. El descubrimiento y desarrollo de la sosa fue uno de los primeros pasos para el auge posterior de otras muchas formas de productos limpiadores.

En esta historia de la limpieza hay que mencionar un descubrimiento tardío, pero fundamental, que revolucionó la vida de las mujeres, dedicadas entonces mayoritariamente al cuidado del hogar. Fue la invención de la fregona-humilde pero imprescindible accesorio de limpieza- por parte del ingeniero aeronáutico español Manuel Jalón en los años cincuenta, que rápidamente se exportó a todo el mundo, con éxito inmediato e universal. Este invento ayudó a que las mujeres del mundo dejasen de fregar de rodillas, con lo que, consiguientemente, se evitaban enormes dolores y molestias. Claro que limpiar se fue haciendo cada vez más fácil gracias a electrodomésticos, como la lavadora y la aspiradora, que transformaron para siempre la vida de las amas de casa.

La aparición de la lejía vino a revolucionar el lavado y la desinfección

Hoy en día, en nuestro mundo contemporáneo, contamos con todo tipo de productos especializados para nuestro aseo personal y para la limpieza de cualquier espacio y objeto. Si acaso, el principal reto con que se enfrenta la humanidad es el castigo ecológico que la fabricación masiva y universal de tanto producto, así como los restos de los envases de plástico, suponen para el planeta. Antes, éramos nosotros los que estábamos sucios. Ahora ensuciamos a nuestra madre tierra: esperamos que el futuro nos traiga formas de limpieza y desinfección para la que es nuestra gran casa común.

 

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